7 AM. suena el despertador. Una
mano lo golpea torpemente y vuelve a su cueva para seguir descansando. 7:10,
7:20, 7:25 y 7:30, la escena se repite, partía otro día, igual a todos los
demás.
Ángeles se sentó en su cama, dos,
cuatro, siete minutos. Miró la hora, 7:40.
Se obligó a levantarse, como
siempre, se duchó, se vistió, tomó desayuno, se lavó los dientes y se puso su
Poncho…su Poncho, la razón por la que le gustaba tanto era simple, era
equivalente a una cama portátil, algo que la cobijaba y hacía sentir segura
durante el día.
Su Poncho.
A veces, cuando estaba triste, le
gustaba hacerse bolita y dejar sólo la cabeza fuera de él. Comía, cantaba,
corría y bailaba en él, y en la noche, se lo quitaba y lo ponía cuidadosamente
sobre su cama.
Ángeles vivía sola, no tenía
amigos ni recordaba haber tenido familia alguna vez. Pero su querido Poncho la
había acompañado desde que tenía memoria.
Más de alguna vez había intentado
hacer amigos, pero eso ya estaba en el olvido, la sola idea de salir de esa
manta mágica era una tortura colosal. Así que, de a poco, la gente que la
rodeaba fue perdiendo interés en conocer a esa persona que se refugiaba ahí
debajo. Pero ya no le importaba.
Ese día, sin embargo, había algo
distinto, algo que, de haberlo sabido ella, le habría salvado la vida. Su tan
preciada posesión era ahora un centímetro más larga. Era el inicio de algo
terrible, que la llevaría a su fin.
Fue sucediendo gradualmente, uno,
dos, dos y medio y tres centímetros, la pobre no se daba cuenta. ¿Cómo se iba a
imaginar que su querido Poncho la llevaría a su perdición?
Después de un par de semanas
comenzó a notar que apenas tenía fuerzas para moverse, estaba pálida, con
aspecto demacrado, y en las noches ni siquiera se animaba a sacárselo, y a
veces cuando despertaba se daba cuenta de que se había quedado dormida sentada
en su sillón, el suelo de su pieza e incluso en la cocina. Le pesaba, le hacía
difícil ponerse de pie, su espalda le dolía cada día más.
Durante sus últimos días, Ángeles
había entendido que debía deshacerse de él. Intentó cortarlo, romperlo y
quemarlo. Si sólo hubiese tenido a quién llamar.
La encontraron en su departamento
un mes después, cuando los vecinos comenzaron a quejarse del mal olor.
HT.
Me gusta! Me recordó un poco al cuento "El Almohadón de Plumas" de Quiroga... me intriga mucho saber que había en ese poncho, muy misterioso!
ResponderEliminarMe encantó cómo trataste un tema cada vez más recurrente en la sociedad actual: la soledad. Reflejas exactamente lo que le sucede a las demás personas al ver a alguien tan metido en sí mismo: provoca rechazo a simple vista porque no es grato entablar diálogo con dichas personas.
ResponderEliminar¡de verdad lo amé!