domingo, 22 de enero de 2017

Eterno Color

-          -¿Y yo, yo que soy para ti?
-          -¿Cómo, que eres para mí? Eres mi amiga Amanda, una de las personas más preciadas de mi vida.
-          -Tú sabes que no me refiero a eso, Rolando
-          -Amanda, querida…eres azul mar, y eres chimenea humeante…y miel, sí, también eres miel.
-          -Ah... sí, creo que entiendo.
-          -¿Lo entiendes? ¿Segura? Es que todo eso está ahí cuando te veo… te veo a ti, pero siento el sabor de la miel en mi boca, el olor de la chimenea entra por mi nariz hasta mi pecho, y el azul…el azul te rodea entera, brillando a tu alrededor.
-          -Me encantaría poder ver todo como tú lo vez, Rolando…es muy poético.
-          -Quizás, pero ahora huele a pasto mojado, así que es hora de irme
-          -¿Pasto mojado? Ah… es así como es el anochecer para ti…
-          -Sí, pasto mojado y moras dulces… Nos vemos pronto, Amanda
-          -Hasta luego, Rolando.
Poco sabía yo, en ese entonces, de que esa sería la última vez que vería a Amanda…y mucho menos sabía que su miel se quedaría para siempre en mi boca.
La mayoría de la gente, cuando alguien importante llega (o se va) de sus vidas, se quedan con los recuerdos que esa persona les dejó…yo me quedo con mucho más que eso.
De Sofía, aquella enfermera en prácticas de la que me hice amigo en el hospital, me llevé para siempre una pizca de verde manzana, flotando en mi mano derecha.
De Tomás, el paracaidista que conocí en mis vacaciones en la playa, me llevé una sensación de plumas en la nuca, que me acompaña cada vez que voy a hacer algo nuevo.
Pequeñas cosas que se alojaban en mí, que cambiaban todo, hasta mi diario vivir…más de alguna vez me pregunté si alguien sería capaz de entender lo maravillosamente común que era tener casi literalmente a tus seres queridos siempre contigo de una forma perceptible.
Tantas gamas de color, tantos olores distintos, tantos sabores…siempre he amado sentirlos, que el color huela, que la gente tenga sabores, que cada segundo de mi vida sea una completa experiencia sensorial.
-          -Buenas tardes, señor…mi nombre es Magdalena, estoy haciendo una encuesta para mi clase de música, ¿Me podría ayudar?
-          -Claro, pequeña… pregunte no más
-          -¿Cuál es su canción favorita?
-          -Hmmm… no sé si decirte My Way de Frank Sinatra, The Gambler de Kenny Rogers, o Simple Man de LYNYRD SKYNYRD
-          -¿Por qué son sus favoritas?
-          -Bueno…My Way tiene olor a un fuerte perfume masculino, como de los años 20, y es del negro azulado más intenso que he visto… me hace sentir que todo lo puedo, si sigo en mi camino.
The Gambler es del color del atardecer, y huele a cigarrillos y té, y siempre siento que estoy en casa al oírla, y no importa que pase en mi vida, esa canción me hace sentido.
Simple Man es de color café, como ese de las fotos viejas, y huele a galletas hechas en casa…tiene una nostalgia intrínseca en ella, pero al mismo tiempo una calidez que sólo te dan los mejores recuerdos.
¿Contesta esto lo que necesitas?
-          -Son respuestas muy…curiosas, señor, pero sí, esto me ayudará mucho en mi trabajo. ¡Muchas gracias!
Esa jovencita brillaba con un pálido rosado, y olía a rocío mañanero… la sonrisa que me dio al escuchar mis respuestas fue muy genuina, y fue una de las pocas veces que pude ver en alguien de corta edad una… ¿Comprensión? Hacia lo que yo decía…de inmediato supe que era una chica muy especial.
Así vivía yo, en una eterna paleta de pintor, en un mundo que era una perfumería, donde el brillo del alba olía a pan tostado y tenía sabor a desayuno, la noche olía a mar bravo, y tenía el sabor dulce y fuerte del ron… nada en mi vida era como para otros, todo tenía esta curiosa forma de estar conectando a todo mi ser.
Alguna vez me pregunté cómo sería ser normal…pero la verdad, no cambiaría esto por nada del mundo.


La historia de Rolando fue sin duda la que más me marcó, cuando lo conocí aquella tarde de otoño cuando era sólo una niña haciendo una encuesta para mi clase de música.
Al decidirme a escribir historias, fue la primera que redacté, fueron conversaciones alrededor de un café, de largo y tendido, con este viejo de 87 años que tenía su memoria intacta y un corazón de oro.
A lo largo de este libro, podrán conocer muchas otras historias, que fui escuchando a lo largo de mi carrera como psicóloga especializada en sinestesia y otros trastornos sensoriales, algunas tristes, otras alocadas, pero todas con mundos únicos y velados a nuestro ojo común.
Sólo queda darle las gracias a Don Rolando Briones por su historia, por ser el primero en mostrarme este mundo nuevo, y a Amanda Cárcamo, quien, aun siendo una periodista jubilada, da todo por ayudarme a escribir las memorias de esta gente que ve el mundo con otros ojos.
Espero disfruten el viaje por el mundo del eterno color.


Alice Arthagon



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