jueves, 31 de marzo de 2016

Tú no sabes qué es el amor

La mujer golpeó con tres toques suaves su cigarrillo en contra del grueso cristal del cenicero. Estaba atiborrado de cigarrillos, y sobre la torre de ceniza, descansaba el corazón de una brillante manzana verde. Le dio nuevamente una calada, y dejó que el espeso humo le nublase la vista. Miró por la ventana del restaurante, y entre la densidad de la noche, aguzando la vista leyó unas letras negras y pequeñas escritas con carbón, en el alféizar de la lavandería de enfrente. “No sabes qué es el amor”. Repitió la frase una y mil veces, lentamente hasta que su lengua perdió paulatinamente su humedad, pegándosele al paladar. Se rasguñó la muñeca izquierda, con obstinación como si quisiese deshacerse de un tatuaje, o de un pecado indeleble, hasta hacerla sangrar. Se abrió paso entre una decena de sillas y mesas de caoba apiñadas que ocupaban gran parte del espacio. Se sentó en un sofá de terciopelo que había a un costado de la entrada del local. Pidió a uno de los mozos si es que podía traerle un espejo. Una vez que se lo hubieron entregado, se miró por unos instantes y frunció el ceño. Le dio unos cuantos retoques a su chasquilla uniforme y de un puñetazo, trisó en mil partes su figura reflejada en el espejo. Recordó todas las caricias y besos a los que tuvo que responder. Todos los abrazos escuálidos, en los que enterró sus dedos en costillas que no le correspondían. Se puso de pie y se dirigió rauda y silenciosamente a la barra. Hizo una seña, moviendo dos dedos de arriba a abajo, tal muda. Dispusieron sobre una servilleta una copa de Martini con una aceituna verde que se movía en círculos, al igual que sus ojos desganados que seguían el movimiento lentamente. De pronto entró un hombre canoso con chaqueta de tweed y el pelo enmarañado. Mordía los últimos resquicios de un puro a mal traer. Se quitó las últimas capas de tabaco que alojaban sobre sus labios morados. Metiendo su mano en el bolsillo le preguntó a la mujer:
-¿Le importa que fume?-preguntó mirando la llama del encendedor.
-¿Por qué habría de importarme?-preguntó ella a su vez sin mirarlo.
La hostilidad se había instalado en su lenguaje. Comenzó a mover la pierna derecha impacientemente. Sacó un pequeño librito que llevaba en el bolsillo de la chaqueta y comenzó a trazar líneas cortas y sin dirección por todo el papel, hasta ennegrecer la hoja con el grafito. Trazó con rabia unas cuantas líneas más hasta romper la hoja del cuaderno. Luego pasó a la siguiente hoja y lo mismo. El hombre que bebía una cerveza, apoyó la lata sobre la mesa, y esbozó una sonrisa silenciosa. Luego la mujer sacó del mismo bolsillo un pequeño libro, y comenzó a leerlo en voz baja. Entonces el hombre se tornó hacia ella y le pregunto:
-¿Puedo preguntarle qué está leyendo?-preguntó cortésmente.
-No-respondió ella.
El hombre acomodó unas bolsas que le estorbaban, los pies al sentarse en el piso de madera.
-Déjelas donde estaban-dijo la mujer enfadada.
El hombre gentilmente las movió un tanto a su lado, y luego ordenó un crudo y otra cerveza. La mujer volteó la cabeza y vio en los asientos de la lavandería a una pareja besándose apasionadamente entre las lavadoras, olvidando por completo el ventanal que los delataba a la vista de los transeúntes. Giró un poco más la cabeza, y leyó nuevamente la frase escrita con un carbón grisáceo “No sabes qué es el amor”. Lloró amargamente, posando la cabeza entre sus dedos. Esta vez no se pudo contener, y dejó que las lágrimas salinas humedecieran sus labios.
-¿Por qué llora tan desconsoladamente?- preguntó el hombre incorporándose acariciándole suavemente el hombro.
Él nunca hubiese sabido, nunca lo entendería. La mujer se puso de pie y él se hizo a un lado dejándole pasar. Cogió las bolsas de las compras y caminó rápidamente tras ella. Le abrió la puerta del restaurante, y levantó la mano en mitad de la calle. ¿Pero qué raro, por qué habría de pedirle un taxi? ¿Por qué habría de subirse al taxi con ella y subirle las maletas en el maletero? ¿Acaso es un oportunista descarado que vio en la debilidad de la mujer la mejor de las ocasiones para saciar sus instintos sexuales?

No, no. Es su marido y ella es su mujer por más de treinta años, la madre de los hijos que siempre quisieron, pero nunca tuvieron. Nunca entendió qué era el amor, sin embargo ahí estaba junto a su marido, siendo cómplice de su silencio.

LJ lo juimos.

Hora Punta

Cristina estaba cansada. El largo camino a casa se había visto interrumpido por un tráfico en exceso lento. Se llevó la mano a la oreja y jugueteó con uno de sus colgantes.
            Si tan solo pudiera hablarle a mi hijo, pensó. Frente a ella cruzó un motociclista imprudente que le arrancó un improperio. Golpeó los bordes del volante hecha una furia. ¿Por qué no pudo aguantarse este cabro de porquería? Sus dedos se crispaban con rabia.
La fila avanzó y Cristina, antes protegida del sol por un edificio, quedó de lleno contra el este. Trató de cubrirse con la visera del auto, pero al abrirla, se rompió. Se sobó las manos nerviosas, arrancándose uñas mal cortadas. ¿Y este taco cuando avanzará? Tocó la bocina y suspiró.
            Igual que su padre… igualito el perla. Recordó aquellos días que en el pasado se habían mostrado dichosos. Vio la sonrisa de Claudio y sintió nuevamente la brisa marina, el sol apacible y el ruido de las olas. Claudio la estrechaba contra sí y sus latidos se confundían con el ruido del mar. Tomás, el pequeño Tomasito, apareció corriendo con un avión de juguete y se unió al abrazo.
            Atrás alguien tocó rabiosamente la bocina y Cristina volvió a la realidad La fila había avanzado bastante. Aceleró y ganó el espacio perdido.
            Pero al pisar el pedal de freno no pasó nada.
            El impacto fue seco, sin mayores sobresaltos, pero el parachoques del vecino delantero quedó hecho trizas. La patente colgaba de un tornillo chirriante.
            Cristina se apeó del vehículo para hablar con el afectado. Balbuceó unas disculpas. Sí, no se preocupe, señor. Tengo seguro, yo me responsabilizo.
            Pero Cristina no estaba pendiente de sus propias palabras y lentamente, apareció con crueldad un último recuerdo.
            Se calló.
            El tiempo, congelado, hecho hielo, la transportó a esa tarde nublada. Ahí estaba Claudio y en un departamento mohoso lo debía estar esperando Alejandra. El bastardo, sin duda, adulteraría el auto, cortaría los frenos, qué se yo…, pero no me dejaría ir tras él.
            El dueño del auto afectado trató de espabilar a Cristina, pero ella ya no lo escuchaba. Una lágrima bajó por su mejilla.
            Igualito a su padre, sollozó.



Isaac Spaulding.

Tortura

La señora J.R (me está prohibido reproducir nombres, dada la naturaleza del caso) llevaba horas sentada y temía una inminente formación de hemorroides, aunque hasta el momento su cuerpo había zafado olímpicamente de ellos. Había esperado pacientemente durante largos minutos que se hicieron horas, mirando hacia el infinito y haciendo un esfuerzo tremendo por permanecer con el semblante adusto, aunque no podía reprimir una sonrisa cada vez que uno de esos simpáticos jovencillos que la retrataban a través de las palabras le miraba inquisitivo. De pronto, llegó. Fue un arribo silencioso e impredecible, sólo captado por ella. La señora J.R suspiró resignada: le había pasado otras veces. El dolor insoportable, la furia contenida de las fuerzas de la naturaleza, todo sólo en ella. Miró, implorante, a los jóvenes semblantes que intentaban penetrar en su alma a punta de lápiz y papel, pero nadie la observaba. Cerró los ojos con resignación, mientras los sentía llenarse de lágrimas y notaba cómo su frente se perlaba de sudor. ¡Dios Santísimo, cómo dolía!
Por fin, el momento llegó. Sonó una alarma, los curiosos estudiantes dejaron de escribir y le fue concedido el permiso de retirarse. J.R casi no se pudo parar: los padecimientos ya habían alcanzado su punto álgido. Miró nuevamente: quizás si miraba demasiado a alguien acabaría cediéndole su sufrimiento (una vez le contaron que se podía). Pero el dolor no cejó. Incluso se permitió incrementar su intensidad un poquitito…
J.R salió del aula aquejada del dolor más intenso. Caminó un par de metros transidos de padecimiento; luego, como por milagro, una sonrisa apareció en su cara y se alejó transmitiendo la más pura de las alegrías. Sólo quedó de ella, como memorial de su existencia, un ligero olor a sulfuro


Franco Belloni.

Un trozo de algo

Subió a su auto, lo encendió y se encaminó a la carretera norte. Antes de llegar, se detuvo en una intersección esperando a que algún automovilista se apiadara de ella y la dejara continuar su camino. Mientras, encendió un cigarrillo para calmar su ansiedad. Se había arreglado especialmente para la ocasión: jeans, una chaqueta azul marino, una blusa dos tonos más claros que su chaqueta, botas cafés con pequeños adornos dorados, pestañas encrespadas y lápiz labial rojo oscuro.

Cuando llevaba poco más de la mitad del cigarrillo, un automovilista le cedió el paso. Rápidamente lo apagó y siguió su camino. No se detuvo durante una hora, hasta que todas las señaléticas de desviaciones, retornos y otros, se acabaran. Cuándo se percató de que no había autos al frente ni detrás de ella, se hizo a un lado de la carretera y detuvo el auto.

Sólo se veía arena y uno que otro cactus en los alrededores. Tomó su botella de agua y bebió un sorbo; respiró hondo y bajó del auto. Se dirigió al maletero y lo abrió. Tomó cuidadosamente la bolsa de basura que contenía la cabeza de su marido y la dejó en el suelo. Hizo lo mismo con los brazos, las piernas y el torso. Finalmente sacó la pala y comenzó a cavar.

Durante una hora, y sin descanso, estuvo hundiendo la pala en la arena hasta que su espada y antebrazos no pudieron más. Depositó cada parte ordenadamente en el agujero. Abrió la puerta del copiloto, sacó un bidón de gasolina y roció cada parte hasta vaciarlo. Sacó un último cigarrillo y lo fumó tranquilamente. Al terminarlo, encendió el agujero con la misma colilla. Se subió a su auto y volvió a su casa esperanzada. A medio camino, sonó su celular: era Gabriela, recordándole que ese día en la tarde necesitaría su ayuda con el taller.

Al llegar, abrió la puerta en silencio para no despertar a su hija. Asomó la cabeza a la sala de estar. 

  Buen intento, amor. Te preparé desayuno – dijo su marido, mientras mordía una tostada.

El fin



La capa le ondeaba al viento, y en su rostro figuraba una sonrisa confiada. Su pose era de relajo extremo, como quien se encuentra llegando al hogar, y no frente a más de doscientos hombres armados.

Más de 15 magos la miraban, desafiantes, desde el frente del ejército. Algunos tenían, delante de ellos, su libro de hechizos flotando. Otros levitaban con los ojos cerrados, seguramente concentrados en mantener escudos de protección en torno a sus aliados.

Angélica rió, dejando ver un par de mechones rubios ondulados bajo la capucha. En torno a ella, un ser hecho de bruma negra se movía, nervioso. Éste tenía forma de un felino gigante, parecido a una pantera. Lo único visible de su rostro eran los amarillos ojos, completamente opacos en comparación al cuerpo. La sombra susurró mentalmente a la rubia.

Libertad

Sofía iba y venía del trabajo a su casa, una y otra vez, sin parar, pasando largas noches y perezosas mañanas en su lujoso apartamento en la zona alta de la ciudad.
¿Su aspecto? Siempre impecable, el largo pelo rubio alisado y tomado en una alta cola de caballo, sus ojos siempre maquillados con sobriedad, un par de anillos, uno por mano, un collar con una cruz, todo de oro… y por supuesto, trajes de diseñador, todos en la última moda del momento.
Todo esto le había ganado el respeto y admiración de sus compañeros de oficina, quienes siempre querían acercarse a ella, pues Sofía era la imagen del éxito.
Ir, venir…ir y venir, su vida en la oficina, el happy hour con los compañeros, los cafecitos del sábado con las amigas del colegio, todo aquello sólo era sobre meras trivialidades… ¿Era realmente vivir? Sofía no se permitía a si misma siquiera preguntárselo.
Lo cierto es que, aunque la vida de Sofía pareciera la vida soñada, una vida increíble…era un mero copiar y pegar de lo que, desde niño, te dicen en revistas y películas que debes aspirar y tener.
Y tenemos allí a Sofía, acostándose en su cama, luego de un lunes particularmente largo, soltando su pelo y quitándose los tacones… suspira, mira al techo, sabiendo que algo le falta.
Tiene 34 primaveras y lo tiene “todo” … pero sin duda alguna, algo le falta.
¿Y sus locos sueños de cuando era joven? Con un cuaderno para anotar sus canciones, viajar en una casa rodante, recorriendo el mundo, viéndolo todo… porque Sofía viaja, sí, pero no con esa encantadora incertidumbre.
Sofía olvidó sus sueños por ser “exitosa” …o al menos, por seguir lo que otros le dijeron que era ser exitosa.
Sofía dejó a su novio de toda la vida, aquel a quien ella amaba, porque su familia y sus amigos repetían “Es músico, nunca llegará a nada… ¿Qué clase de meta es esa?”
Y acostada en su cama, Sofía se da cuenta de que el problema en su vida, es que no la ha vivido por sí misma, de que lo que le falta…es realmente vivir.
A medio día de ese martes, llega Sofía a su oficina, cabello suelto y alborotado (como lo tiene de forma natural), todos sus anillos favoritos en sus manos (aquellos que nunca usaba juntos porque “era demasiado”), sandalias de plataforma, blusa negra y plateada y sus jeans favoritos.
Renuncia y ríe, pues se siente libre… sus compañeros la miran boquiabiertos mientras ella simplemente se va, sin siquiera molestarse en recoger sus cosas.
Sofía llama a su novio, aquel al que había dejado hace ya varios años, esperando que él no la hubiese olvidado, la respuesta de él es “la casa rodante lleva esperándote todo este tiempo… ¿Nos vamos ya?”
Y así, tenemos a Sofía con su cuaderno, y al novio con su guitarra… no saben a dónde irán, pero tampoco importa mucho, pues sea donde sea… van a vivir.
Y allí, paisaje tras paisaje, grandes ciudades y hermosas campiñas, Sofía respira todos esos distintos aires, libre y plena, y deja de ser esa mujer “de revista”, para ser alguien verdaderamente feliz… con el pasado a su espalda y su amado futuro incierto, ella sonríe y dice “Estoy lista”



Alice Arthagon.

La vi mientras caminaba

La vi, mientras caminaba por el parque. Se encontraba sollozando, sentada en un banco con la cabeza inclinada hacia el costado derecho. De pronto, coge un pañuelo de su cartera para secarse las lágrimas con el rímel corrido, y limpiar su nariz rojiza.
Se levanta en dirección a la laguna para alimentar a los peces. Lo curioso fue ver la delicadeza con la que sacaba de su bolso, una caja muy especial, la cual contenía una especie de alimento para peces.  En ése momento me cruzo de frente con ella, y pude ver toda su agonía pasar, en ése solo instante. El contenido de la caja, era una cávala familiar para mantenerlos unidos; a sus dos hijos y su marido, pero ya nada de eso tenía sentido…
Tenía una familia perfecta. Un marido  preocupado por mantener la llama de amor con su señora, con pequeños detalles del día a día. También un padre responsable con sus hijos Juan y Andrés. Los niños se sentían orgullosos, porque cada uno llevaba un nombre de su padre, al cual admiraban desmesuradamente.
Isabel se sentía la mujer más afortunada de todas. Juan Andrés, le comenta a su señora que debe viajar al sur a supervisar su planta de  acuicultura. Ella con una sonrisa, acepta sin problemas y le propone la idea de llevar a los niños, ya que éstos se encontraban de vacaciones. Lograron ponerse de acuerdo, y ésa misma tarde, su marido e hijos, parten rumbo al sur.
La Isa al quedarse sola, decide ir a un spa para descansar de la agotadora ciudad. Logró desconectarse por completo del trabajo y las obligaciones, por lo que no se quería ir del lugar.
Al llegar a casa, se desviste para colocarse su pijama y dormir. En el intertanto escucha el timbre de su casa sonar, al abrir ve a una patrulla de carabineros, donde nadie se atreve a comunicarle la noticia. Se baja el sub oficial, y le dice que quemaron la planta de su marido, con toda su familia en el interior.


Blanca.

Pesadillas

Las pesadillas se hacían cada vez más frecuentes, y más largas.

La enfermedad había partido de la nada, un desmayo en el colegio, una visita al doctor, una sentencia de muerte. Dos días.

Cada noche que pasaba, una nueva escena se agregaba a esos sueños terribles. Esa historia infernal, ese “what if”, lo que habría pasado si su hijo siguiese vivo.

Había deseado que siguiese con vida, y ese mismo día las pesadillas partieron. Todas las noches veía a su hijo sufrir, llorar, gritar de dolor, convulsionar y desmayarse, una y otra vez hasta morir.

Entonces fue cuando entró a esa sala, con todas las miradas fijas en sus ojos, cansados y tristes.

Le dicen que tome asiento, mientras los alumnos inventan historias sobre su miseria. Ahí, sentada, esperando que un grupo de niños que se creen escritores escribiese sobre su vida. Pero aunque adivinasen la pérdida que había sufrido, nunca entenderían lo que sentía, nunca sabrían sobre el divorcio ni las pastillas, el alcohol ni las pesadillas, nunca se imaginarían que llegando a su casa ese mismo día, el litio y el whisky se acabarían, y con ellos, las pesadillas.


HT.

Mujer

Paulina ama ir al mall, disfruta su día gastando en dinero que gana gracias al esfuerzo de su trabajo. Ama verse bien por eso dejo al celopata de su marido que le molestaba tanto el que ella se preocupara de su estética, además odiaba su caro perfume que se ponía todos los días para seducir a cuanto hombre pudiera. Antes de teñir su largo pelo al rubio, Paulina era infeliz, quizás cambio con su cabello, quizás cuando abrió los ojos y se dio cuenta que el hombre la ataba, pero el cambio le hizo muy feliz hasta sus ojos se volvieron más verdes, sus pestañas más largas y sus pecas más claras.


Ignacia Vivanco

Tarea n°1 Retrato


Entre a la sala y me encontré con más de veinte ojos mirándome, cada uno tratando de descifrarme con sus miradas;  ” Con esa carita esta vieja debe tener unos 50 años! ” , “Sus ojos muestran tristeza por un amor no correspondido”, “Debe ser seca para los pitos”, “Su padre era Mirista y su madre era la hija de un general de la junta”, “Fue ella la razón de porque García Marquez y Vargas Llosas se pelearon”, “Si o si es dueña de un escarabajo y un perro salchicha”…
Bueno, si tengo más de 50 años, 55 en realidad pero a aparte de eso mi vida no es tan complicada. Vivo en Ñuñoa cerca del estadio nacional, me gusta mi barrio siempre que no haya ningún súper clásico. La calle donde vivo tiene unos grandes Plátanos orientales que protegen el asfalto del sol de verano. Mi casa no es muy grande ni muy chica, vivo sola aunque no siempre duermo sola. A pesar de mi cabello rubio y tez blanca no nací en el barrio alto, soy del sur de allá por Osorno, pero mis padres se vinieron a Santiago cuando les quitaron las tierras durante la UP. En Santiago mi padre trabajo en la viña Macul y mi madre se trabajaba como secretaria en la contraloría. Hubo momentos duros y otros felices durante esos años, entre los últimos; me gustaba caminar entre los viñedos cuando acompañaba a mi padre en los fines de semana, me gustaba el sonido de los álamos al danzar con el viento, me recordaba el sur.
Fui al Carmela Carvajal y a misa todos los domingos hasta los 16, no vi un pene hasta los 18. Juan, mi primer novio, era un chico y colorín, nuestro amor fue corto y conflictivo al igual que el único sexo que tuvimos en la casa de una de mi compañera.
Me metí a estudiar arte en la chile, no me gusto, me cambie a derecho, tampoco me gusto, pero mis padre me obligaron a terminar la carrera. Durante ese tiempo conocí a Mario, mi primer esposo, a él le apasionaba la literatura, vivía de los cuentos y las novelas. De su mano salían poemas de amor que me atrajeron, me acogieron, y finalmente me rechazaron.
Deje los restos de esa burbuja y vague perdida por unos años entre el trabajo y la bebida. Fue en el dolor de mi corazón que finalmente encontré mi vocación. Comencé a llevar un pequeño diario de vida, anotaba mi dolor, mi enojo, y mi esperanza. El papel da cierta perspectiva a la vida, una lejanía difícil de percibir en la euforia del día a día.

Salí de la sala al igual que como había entrado; en silencio y con las miradas persiguiéndome. 


Gato Esférico.

lunes, 28 de marzo de 2016

El inicio

Hoy 28 de abril de 2016 estamos a un día de distancia del inicio formal del Taller de mentiras 2016, curso práctico cuyo objetivo es lograr una agrupación de los participantes y motivar su escritura creativa y su creación de cuentos.

Emocionada, abro este blog para que sirva de guarida a la vez que plataforma para las creaciones de los autores.

¡Enhorabuena al nuevo grupo!