martes, 26 de abril de 2016

En el bosque se escucha...

Todavía recuerdo la primera vez que me tocaste. Yo joven, pequeña, tú con tu usual majestad. Recuerdo sentirme rodeada por ti, nutrida. Recuerdo como entraste en mí, como eso me hizo crecer.

Ahora, años después, sigo esperándote. Como todos los años, cuando te vas, cuando te alejas, cuando me dejas a mí y a mis hermanas solas.
Esperándote.
Cubiertas de nuestros más bellos vestidos, los adornos más sublimes, las mejores de las fragancias.
Nuestros hijos en los brazos. Tus hijos, que así como hiciste con nosotras, harás tus amantes.
Unimos nuestro canto al viento, con la esperanza que nos escuches. Tú, allí en lo alto, nosotras, abajo en la tierra seca que espera tus pisadas.
Te necesitamos. Tus esposas, tus amantes.
El pasto ha perdido su verdor y los pájaros han migrado privándonos de su canto. Todo está dispuesto para recibirte. Sin embargo, en el fondo de mi corazón, sé que no vendrás. No todavía.
Hará falta que dejemos caer a nuestros hijos, que nos vistamos de amarillo para vivir el luto.
Al suelo caerán nuestros adornos cubriendo los cuerpos de nuestra prole, abandonada en la tierra, sobre el polvo seco.
Cuando terminemos de llorar por nuestros hijos que serán picoteados por pájaros y mordidos por pequeños animales del bosque, nos desnudaremos para ti. Caerán nuestros amarillos vestidos.
Y así, desnudas, sin fragancias, sin adornos, sin vestidos, te veremos llegar. En toda tu majestad, en tu carruaje gris. Allá en cielo.
Mi mayor amor. Dador de vida, ven con todo tu esplendor.
Déjame sentir cada pequeña partícula de ti correr por mi cuerpo.
Rodéame, mójame, y hazme crecer, para que así, juntos en comunión, podamos alcanzar el sol.
Tus hijos te necesitan, tus esposas te desean. Soy tuya.
Espero con mis hermanas, una al lado de la otra.


Somos el bosque y llamamos deseosas a la lluvia.









domingo, 24 de abril de 2016

Paisajes


Paisajes

  Ese sueño que construimos, en el cual estabas tú encima de la rama, colgando y riendo entre el espesor del follaje. En el campo, cuando te saque esa foto, junto a los cipreses que se perdían en el horizonte. Al fondo de Maitencillo en donde perdimos tú chala. Y desde los pies del cerro, en donde escondimos los secretos que a nadie más le contábamos. 

 Dibuje esos paisajes en el fondo el fondo de mi corazón. Los pinte con óleo alado de los recuerdos de mi niñez, y te dibuje a ti, en el centro colgando y riendo.  Riendo de lo bella que era la vida y de cómo todo nos salía.

  Fui ese día al bar a comprar diluyente. Con el borre tu cara de los murales, borre la rama en la colgabas y los cipreses que te acompañaban, borre uno a uno los granos de arena de Maitencillo y borre los secretos que habíamos escondido.

Cuando desperté, sin embargo estaba todo pintado. Con el diluyente en mano, comencé de nuevo lo que ya había empezado.

sábado, 23 de abril de 2016

El bosque y la niña


El bosque estaba lleno de verde…la luz del sol apenas entraba, iluminando sólo las copas de los árboles, dándole a todo el aspecto de un cuento de hadas, el suelo mullido debido al musgo, los troncos caídos que hacían las veces de banquitas para descansar, y las flores, de colores intensos, que bordeaban el camino.
La niña sabía que ella no era la primera en estar en ese bosque, muy por el contrario, muchas otras habían estado allí antes que ella, y de alguna forma, podía sentir y ver los pasos que esas otras habían dado.
Ese bosque la hacía sentir tanta paz, pero al mismo tiempo, amplificaba sus sentimientos, particularmente el amor, que, en su caso, se enfocaba en los animales, las plantas, el agua…en fin, la naturaleza en general.
Desde siempre supo que ella acabaría allí, en ese bosque, simplemente caminando y pensando…recordando todo hasta ese momento.
Poco a poco su caminar se va volviendo más lento, hasta que, en un pequeño claro, en el que la luz del sol formaba un pequeño círculo al centro, se detiene, y se da cuenta que, en este punto, ya no hay vuelta atrás.
Parándose en el círculo, sabiendo que este estaba hecho para ella, y sólo para ella, sus pies echan raíces…pronto ya no puede moverse, pero sonríe, aun mirando a ese Sol que alumbraba la transformación.
Las raíces del pasado…los animales que cuidó, las plantas de las que aprendió, los tiernos amores infantiles expresados en los juegos, las galletas de su madre…y sus pies ya son raíces, bien enterrados en la tierra y firmes.
Su tronco comienza a volverse un verde tallo, de su presente determinado, sus ganas de vivir y de cuidar a ese bello mundo que le rodea, el amor a la vida…la adelgaza, y su ser se vuelve fino y enrevesado.
Y su cabeza…su cabeza se vuelve una bella flor, rosa por el inocente amor que siente, pero igualmente florece, pura, libre, y a sabiendas de que, a partir de entonces, su vida en ese bosque será eterna.



 Imágenes tomadas en Liquiñe, Región de los Ríos, Chile



Alice Arthagon


viernes, 22 de abril de 2016

Señor Director

Señor Director:

Me llamo Silvia Torres Rojas. Si…me llamo igual a la prófuga asesina.
Lo único que quiero es volver a la tranquilidad, y hacer mi vida normal, pero no puedo. Mi celular suena cada 5 minutos y ni hablar del fijo. ¡Tengo acoso permanente por parte de los periodistas!

Le cuento, soy profesora de un colegio en Cerrillos donde era muy feliz en el anonimato. Actualmente, mis alumnos de básica comenzaron a dudar de mi inocencia, y ya no se cómo reaccionar. Hasta mi marido, junto a mis tres hijos, comenzaron a dudar de mi inocencia. Mientras se aclara todo, se fueron a vivir a un hotel.

Reporteros varios, les daré una última advertencia. Si siguen con ésta locura, me cercioraré de callarlos para siempre, y así, darles reales motivos para secarme en la cárcel. El lado positivo, es que estaré tranquila.

Silvia Torres Rojas,


La asesina en potencia.

Signos

Por Rosario Ovalle

"La luz brillante y dorada reclama atención, el viento pide ser oído, y el mar, respetado. La tierra pide atención, y las plantas, cariño." Sofía la repetía incansablemente, con la esperanza de volver el tiempo atrás...

- ¡Sofía vamos a nadar!- gritaba a todo pulmón, su amigo Tomás.
- No, gracias... ya se está oscureciendo y el viento va de mal en peor.
- No seas mamona, no pasa nada. Cualquier cosa, estás conmigo.
- !De verdad que no, y tu no deberías ir sólo, es peligroso!
- Voy con o sin ti. Eres una amargada, la adrenalina es parte de la entretención.
- Seré amargada, pero consciente. Ojalá pases susto para que te des cuenta que el único loco aquí, eres tú.
Antes de adentrarse en el mar, Tomás cogió varias flores, todas blancas, de la orilla, y se las entregó a la Sofi. Le dijo que antes que logre recopilar todos ésos pétalos en un balde de basura, él habrá llegado sano y salvo. Ella sonríe, se sienta junto a la ramada de flores y con un balde al costado para comenzar la recolección, y él desaparece poco a poco en el mar revuelto.

Cuando Sofía repleta el primer tarro de basura con pétalos, se levanta, toma el balde y se asoma a la orilla a tratar de divisar a Tomás. Con tanto nerviosismo, se le resbala el contenedor de sus manos, y todo su contenido cae al mar.
- Tanto dedicación por nada... ¡Y éste que todavía no llega, lo voy a matar!
Mientras su nerviosismo se incrementaba, observaba como se avecinaba una gran tormenta, pero ella permanecía firme en la orilla, esperándolo. Comenzó a granizar, y su cuerpo se manchó de moretones, pero ella permanecía inmóvil.  Al cabo de 5 horas, aparecen los pétalos que había recolectado, flotando nuevamente en la orilla, pero teñidos de rojo.

jueves, 21 de abril de 2016

Guía

Las preguntas hechas, en el día distante
Flota en mi mente, un amable instante
Y la lágrima negra, vuelve a caer
Mientras mi alma viajera, hacia ti quiere correr.

Y hoy esta lección, construida fue para ustedes
Aquellos con corazones, llenos de defraudes
Pues vengo a mostrarles yo en esta ocasión
Cada paisaje y su canción.

Tomando de la mano, al pasado y presente
 Transitamos al bosque, siempre latente
En él con la naturaleza, uno serán
Y la soledad, para siempre olvidarán

Luego al océano, vamos a llegar
Y su hermosa inmensidad, los hará suspirar
En el viento sus alas, se expandirán
Momento perfecto, libertad conseguirán

Fría montaña, comenzaremos a escalar
Fortaleza eterna, se les empieza a pegar
Al llegar a la cima, todo pueden ver
Una conquista sincera, reyes les permite ser

El árido desierto, es el punto final
Y pese al cansancio, la belleza es total
En el oasis, al fin descansarán
Y verán que la dura vida, premios entrega con un ademán al final

Pronto en sus casas, su ánimo cambió
Pues esta guía, todo su mundo sacudió
Mi sonrisa se levanta, flota sin existir
La guía en el viento, hacia otros vuelve a partir.


Alice Arthagon

lunes, 18 de abril de 2016

Plástico



Venía de nuevo, podía sentirlo. ¿Por qué en clases? ¿Por qué no podía esperar un par de horas más? Intentó refrenar las ganas de gritar, de arrancarse el pelo. El monstruo golpeó la jaula que yacía en su estómago, doblando los barrotes, tratando de romper las cadenas. Definitivamente era imposible retrasarle. Quería salir, llenarla, comérsela. Miró el reloj del salón, y notó que faltaba media hora para el siguiente receso. Decidida, se levantó. Sentía cómo las piernas ya empezaban a dormírsele.

Pidió permiso para ir al baño.

Atravesó el pasillo lo más rápidamente que le permitían los calambres, esquivando a la minoría de alumnos que se atrevían a rondar por ahí en horas de clase. Saludó con un asentimiento de cabeza a un amigo de su hermano, y prosiguió su camino. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no caerse a pedazos, manteniendo la máscara de desinterés pegada al rostro.

Cruzó la puerta del embaldosado lugar que, para su suerte, estaba completamente vacío. A continuación, se encerró en un cubículo, bajó la tapa del váter, y se sentó en una suerte de posición fetal. Abrazó sus piernas, apretó la mandíbula, y dejó salir a la bestia.

Amigos


Oscuros soles se hacen ver. Los paraguas paran la lluvia momentáneamente. Ignacio Fortem va sin paraguas, desabrigado. Su piel pálida tiembla. Muchos creen que es por el frio, pocos conocen realmente por qué. Ve rostros conocido, a ninguno saluda. De un momento a otro, le sorprenden.

¿Qué te paso, Fortem, no eras tan vivaz? ¿Qué paso con el tipo tan alegre? ¿Lo mataste? -dice, Elías-

-Voy a ser vivaz – dijo Ignacio- cuando tenga un martillo para romper tu maldito cráneo.

Que hostil, querido amigo, -dice Elías- no recuerdo haber sido así contigo.

-Claro que no te acuerdas, hijo de puta, te metiste con la mujer que amaba.

¡Mierda!, Fortem, supéralo, nunca hablaste con ella, siempre te comportaste como un estúpido.

-Tenías…tenías que fijarte en ella…

¿Qué vas a hacer?, payaso drogón, ¿me vas a pegar?, ya hemos peleado antes, y tú no has salido bien.

Fortem, arremete con un golpe. Languidece instantáneamente ante la respuesta de su amigo. Tirado en el suelo, con su boca sangrante, escupe a la cara de Elías. Este no hace nada.

Fortem se levanta lentamente, escondiendo el dolor bajo su frio rostro.

-Mierda, ¿porque te metiste con ella? -dice gritando-. Somos amigos desde hace tantos años, hemos descubierto el mundo juntos, hemos disfrutado todo en mutua compañía, y tú, pedazo de mierda ¿me pagas así?, fui un tipo leal, nunca me metí con ninguna de tus conquistas.

¡pero, Fortem! -dice exaltado, Elías-

- ¡vete a la mierda, ya no eres mi amigo! -dice, Fortem-

Ella no era para ti-dice Elías-, no te vez, eres una mala persona. tú solo la harías sufrir. Yo la amo, nunca permitiré que la utilices.

-Admito que tengo mis problemas, pero ¿quién mierda eres tú para juzgarme?, tú perdiste la virginidad con una prostituta a los 15 años, fuiste el primero en alcoholizarse hasta la medula, ni hablar de otras cosas. Tú me metiste en todo esto, no vengas con que eres una buena persona porque te rehabilitaste. Yo…no tengo a mis padres, no tengo nada excepto mi gran billetera. Te odio, Elías.

-Ha, pero como es la vida, -dice, Fortem-  te cuento, querido amigo, me metí con tu hermana.

Te dije que no lo hicieras- dice, Elías, con incipiente cólera en sus ojos-

-Ella no sabe

¿Cómo que no sabe?

-No sabe. Creo que con eso lo digo todo

Elías extrae su bella cortapluma importada, con un sagaz movimiento la abre y la entierra en el brazo derecho del que fue su amigo del alma.

No me hagas reír, Elías de mierda, mátame, me da lo mismo. Yo ya corrompí la figura prístina de tu hermana, esas bellas piernas fueron tocadas por mis sucias manos, que pena que el tiempo no se pueda retroceder. Digo, por mí.

Elías, colérico, no puede controlarse, toma del cuello a Fortem, el hombre que lo aconsejo más de alguna vez, lo ahorco hasta dejarlo sin aire, pero antes que la muerte eclipsara los ojos de su amigo, decide dejarlo caer. El mundo está lleno de hijo de putas, y este, claramente, no es uno peligroso.

Prefiero dejarte acá, sé que mientes, no eres capaz de hacer nada, te conozco mejor que a nadie, eres débil.

-Está bien, “amigo”, tienes derecho a creer lo que quieras.

Vamos, imbécil, te voy a llevar a tu casa, no te voy a dejar tirado en medio de la lluvia. Abril es el peor mes.  

       



                                                                                                                                                                                                                           Ignacio Fortem

domingo, 17 de abril de 2016

Sólo Uno Más

“Las llamas habían vuelto para reclamar la vida que no se pudieron llevar aquella vez”.

“Lo encontraron al día siguiente con una bala alojada en su cabeza”.

“Esa terrible línea verde en el monitor, y ese pitido que te dice a gritos que todo acabó, que estás solo desde ese momento”.

Cerró su cuaderno. Todavía no lograba entender por qué siempre escribía sobre la muerte. Por qué, cada vez que se sentaba a crear alguna historia, las páginas terminaban empapadas de lágrimas y de sangre. Por qué, pese a todas las veces que lo había intentado, ningún final feliz salía de su lápiz.

Se pregunta si hay algo mal en él. Se pregunta si es normal. Se pregunta si algún día lograría escribir algo esperanzador.

Se pregunta por qué sus personajes no merecen la oportunidad de vivir…Se pregunta si hay alguna manera de socorrerlos.

Vuelve a abrir su cuaderno, le saca la tapa al lápiz con la boca y, sin dejarla en otra parte, se dispone a escribir.

Figura sentado en el suelo, mirando fijamente la hoja en blanco, con el lápiz a apenas un par de milímetros sobre el papel, y así se mantiene, como esperando un golpe de inspiración divina. Nada

Pasan dos o tres horas, y lo único que ha cambiado en la escena es el papelero, antes vacío, y ahora lleno (y rodeado) de hojas arrugadas, cada una con un intento fallido de escribir algo feliz.

Se le ocurre algo, apoya el lápiz en el papel y se percata de que no le queda tinta. No se preocupa especialmente, la idea no era tan buena. Recupera la tapa de entre sus dientes, y deposita ambos en el papelero.

Mira la hora, sacude la cabeza y se pone de pie. Se dirige al baño, se lava la cara. Mira la hora nuevamente. Suena su teléfono, contesta. Sus ojos se iluminan, asiente con la cabeza y sonríe. Le hace saber a la otra persona cuánto la quiere y, acto seguido, cuelga. Se dirige una vez más hacia su pieza, abre el cajón de su velador, saca otro lápiz, lo destapa con los dientes, recoge su cuaderno y lo abre otra vez.

Se pregunta cómo no lo había pensado antes. Se pregunta qué había hecho para merecer esa oportunidad. Y escribe.

Marca un punto final en el papel y termina. Mira la hora y no puede evitar cierta sorpresa al darse cuenta de que llevaba escribiendo una hora y no había arrancado ni una sola hoja.

Escupe la tapa del lápiz, toma su celular y la llama. Le cuenta sobre su triunfo. Le da las gracias por haberse aparecido. Le explica cómo había logrado hacer que su personaje más reciente pudiera vivir. Se despide y corta.

Gracias a este nuevo personaje que había llegado a su vida es que se pudo dar cuenta de que lo único que le hacía falta a los suyos, era otro más que los acompañara.

Un otro que hubiese ayudado al primero a escapar del fuego.

Un otro que convenciera al segundo de soltar la pistola.

Un otro que estuviera ahí para apoyar al tercero en su pérdida.

La soledad lo había acompañado durante tanto tiempo que había olvidado lo importante que era tener a alguien cerca. Pero ella se lo recordó, y salvó a sus personajes.

El Árbol de Alambre

“El material es mi alma y el tronco mi cuerpo. Las raíces mis valores y las ramas una situación. Cada nudo un problema y cada hoja, un aprendizaje…”

Salió de clases, se despidió de sus compañeros y se encaminó al paradero. Cuando estaba por llegar, revisó la hora. Siendo casi las seis de la tarde, decidió caminar para evitar las micros repletas de gente. Comenzó su travesía y empezaron los pensamientos. Imágenes de cosas que nunca habían ocurrido, situaciones jamás vividas, deseos y añoranzas muy profundos, buscando algo perdido. Proyecciones de situaciones que podrían darse, cómo reaccionaría, qué ocurriría y cómo se sentiría. Solía imaginarse de todo tipo, las cuales, durante unos minutos lo hacían sentir bien, a gusto, feliz. Sentimientos falsos emergían junto con el deseo de vivir los momentos imaginados. Pero pronto volvía a la realidad, junto al sufrimiento de que aquello, no existía. Al mismo tiempo en que la proyección terminaba, volvían los recuerdos. Recuerdos de eventos que sí ocurrieron. El sufrimiento de sus errores volvía e inmediatamente intentaba pensar en otra situación suplente de la que acababa de recordar; otra proyección. Y así oscilaba entre el pasado y el futuro, en busca de algo que ni siquiera tenía claro qué era. Sin darse cuenta, había caminado dos horas desde la universidad hasta su casa.

Esta situación se repetía constantemente, todos los días, a todas horas y más aún cuando estaba sólo. Pero había un pensamiento que lo atormentaba más que el resto. Más específicamente, una proyección: verse a sí mismo con una polola. Cualquier mujer de su edad que prestara la más mínima atención a cualquier cosa que él hiciera, inmediatamente se transformaba en candidata a la proyección. Soñaba con toda su alma alguien que lo aceptara tal y como él era, con sus virtudes y defectos, con sus simplezas y extrañezas. Iba desde algo tan simple como una cita, hasta sus últimos momentos de vida, con ella a su lado. Saber cuándo realmente le atraía una chica o estaba obsesionada con ella era imposible. Al ver a esa misma chica en la realidad, sufría porque no aceptaba su cariño y porque comprendía que nada de lo que había imaginado ocurriría jamás.

Decidió comentar esta enfermiza situación con su psicóloga. Cada día estaba más cansado, deseando dejar de pensar, aunque fuera por tan solo un segundo, en especial de la particular proyección con una pareja. Llevaba casi un año de terapia cuando ella le recomendó un libro. Pensaba que él tenía la capacidad de entenderlo. Su madre lo consiguió unos días después, y comenzó a leerlo.

No hubo progreso hasta que llegó a cierta parte del libro, la cual le recordó lo que en algún momento le había dicho su psicologa: “¿por qué te preocupas de lo que pasó y de lo que va a pasar? ¿Si lo que ya pasó, no tiene remedio y lo que va a pasar, no tienes cómo saberlo?” El libro lo incitó a hacer algo que había soñado hace mucho tiempo: dejar de pensar. Sus pupilas se contrajeron, sintió un solo latido de su corazón retumbar en sus oídos y el miedo recorrer todo su cuerpo. Cerró de golpe el libro. “¿Es realmente posible? ¿Puedo dejar de pensar? ¿Puedo dejar de ver todas esas cosas que no son reales? ¿Qué hago cuando no esté pensando? ¿Es reversible? ¿Por qué tengo miedo?”.

Luego de algunos minutos, completamente inmovilizado suspiró, memorizó los pasos a seguir y comenzó. Primero observó la botella de bebida frente a él; la miró fijamente. Veía la etiqueta, y en su mente aparecía la palabra escrita, “etiqueta”. Cerró los ojos y dijo “basta”. En ese momento lo comprendió… Tenía que sentir. Miró una vez más la botella, pero esta vez, la vio. Al mismo tiempo notó el viento que entraba por la ventana, oyó el tráfico de la calle y el piano de la radio, olió la comida de la cocina, sintió el aire entrando por su nariz, llenando sus pulmones. Lo había logrado, por un segundo había dejado de pensar. Una lágrima corrió por su mejilla, al darse cuenta de que era posible. Se levantó con una inigualable sensación de esperanza y se recostó en su cama.

En vacaciones, vio en una feria artesanal un árbol de alambre. “Qué lindo, haré uno de esos”. Al día siguiente, fue a una ferretería, compró dos alicates y ciento veinte metros de alambre de acero galvanizado. Jamás había hecho algo tan espontaneo; por lo general planificaba con días de anticipación dónde iría, cuánto gastaría, etc. Era la primera vez que tomaba una decisión viviéndola y no pensándola. Volvió a su casa y buscó en internet cómo hacer un árbol de alambre. Cuando comenzó a crear el árbol, su mente quedó en silencio. Solo sentía el alambre entre sus dedos, enrollándolo y torciéndolo con los alicates. Dos horas transcurrieron y era increíble ver como diez metros de alambre quedaron reducidos a un tierno y hermoso arbolito no más grande que la palma de su mano. El primero que hizo, se lo dio a su madre.

Continuó haciendo árboles, probando distintas medidas, hojas, diseños, etc. Cada árbol que hacía rompía una atadura de su mente, logrando liberarse de la prisión en la que había estado toda su vida. Eventualmente su pieza estaba llena de árboles de todo tipo y tamaño, era un bosque de alambre. Usar su mente era cada vez más sencillo y ya no podía atormentarlo, ni siquiera con la más fuerte proyección de tener una pareja. Ahora solo aceptaba las situaciones que se daban. Sí, tenía citas de vez en cuando, pero les daba la importancia que merecían.  Su mente se había transformado en lo que originalmente era: una herramienta.

Un sábado cualquiera, su madre fue a su pieza para preguntarle si los acompañaría a almorzar. Se encontró con su hijo, sentado en su escritorio, con la mirada fija en la ventana y con un alicate en la mano.
-          ¿Qué miras hijo?
-          Nada, estaba pensando.
-          ¿Y en qué piensas?
-          En cómo haré el árbol más grande de todos.
-          ¿Incluso más grande que el de cuarenta metros?
-          Mucho más, mamá.
-          ¿Y cuánto alambre crees que necesites?
-          Nada mamá… El material es mi alma y el tronco mi cuerpo. Las raíces son mis valores y las ramas una situación. Cada nudo un problema y cada hoja, un aprendizaje. El último árbol de alambre, es mi vida.

Dejé de mirar por la ventana, me levanté de mi escritorio y me di vuelta. Le di un beso en la mejilla a mi mamá y dije:
-          ¡Vamos a almorzar! 

miércoles, 13 de abril de 2016

Nada

Me encerré en mi pieza a llorar, no podía más del dolor. Las lágrimas no paraban de salir. ¿Por qué todo me pasaba a mi? ¿Qué había hecho yo para merecer esto? Nada.
Intenté calmarme con mi forma habitual, tomé el tip-top de mi velador y comencé a enterrarlo en mi piel. Un corte no era suficiente, así que lo remarcaba una y otra vez. Llevaba años haciéndolo, no me imaginaba otra forma de descargarme.
Cuando descubrí que era inútil, que no me ayudaba a tranquilizarme, tomé otra decisión.
Tranquilamente me dirigí al baño, cogí un maletín que estaba escondido al fondo del cajón y lo abrí.
El estuche estaba lleno de remedios, de todo tipo, esperando impacientes a que llegara el día en que viniera a hacerlos útiles.
No podía parar de llorar, “esto es lo mejor” me dije a mi misma, y comencé a tomarme los remedios, uno por uno, hasta que se vació totalmente.
Me mire en el espejo y mis últimos pensamientos antes de perder el conocimiento fueron: “Este cuarto intento de suicidio tiene que funcionar, es mi única salvación… Oh, que tranquilo esta todo, creo que me acostare aquí en las baldosas hasta dormir… ¿Quién me encontrará? Espero que no sea mi hermanita… Tengo sueño… Tanto sueño… Al fin descansaré…


Y. Incussus

martes, 12 de abril de 2016

La Maleta

Por Consuelo Mondaca

Luisa suspiró profundamente mientras cerraba la maleta, le había llevado tiempo pero finalmente había logrado guardar todo lo necesario para emprender este nuevo viaje.
Llevaba mucho tiempo mirándose en el espejo, sin reconocer a quien veía. Su cara era la misma sin serlo a la vez, su sonrisa era automática, y la falsa alegría que esta emanaba no lograba llegar a sus ojos que no reflejaban más que un triste vacío. Se preguntaba una y otra vez quien era y en qué momento se había perdido tanto a sí misma, en que minuto había renunciado a todos esos sueños, cuando era que el miedo le había ganado y la había convertido en una completa extraña.
Pero finalmente había llegado el día en el que había decidido vencer el miedo y llena de convicción decidió empacar.
Lo primero que empacó  fue aquel libro compuesto por tres años de páginas, que comenzaban con el apogeo del primer amor, hasta las últimas que  que estaban casi vacías, carentes de palabras y de cariño. Entre medio muchas de las páginas estaban borrosas por las muchas lágrimas y peleas innecesarias, mientras que otras brillaban y guardaban algunos de los momentos más felices. Por un momento dudó si arrancar algunas de sus páginas favoritas y atesorarlas para ella, pero sabía que para curar debía desprenderse,  y ya se encontraba lista para decir adiós así que no cedió ante la tentación y lo guardó en la maleta.
Luego vino el turno de aquellos pantalones que jamás había usado en su vida, pero que muchos otros si habían llevado, permitiendo siempre que otros decidieran por ella, llevándola por un camino que no le correspondía y así estudiando una carrera la cual no era su vocación. Aquellos pantalones ya no le servían, y necesitaba unos nuevos, unos que realmente usaría para ser ella la dueña de su vida, así que se deshizo de ellos sin pensarlo dos veces.
Por último tomó el chaleco, aquel que le había costado tanto desprenderse, el chaleco de la inseguridad. Lo había llevado durante años, al punto que se había convertido en su prenda favorita, viviendo reprimida bajo el y alejándose así de todas las cosas que alguna vez la apasionaron. Lo guardó esperando no volver a usarlo nunca más, ya que no necesitaba esconderse más.
Luisa sonrió mientras dejaba la maleta cerrada en un rincón esperando que esta se quedara así para siempre, mientras ella comenzaba el viaje iba en busca de sí misma.


domingo, 10 de abril de 2016

¿A quién vistes?

Te conozco desde que sé que no eres.
¿A quién representas? Dime, ¿a quién vistes?
¿Qué hay detrás de ti? ¿Acaso tú mismo?
¡Cómo me gustaría que te vieras! Siendo
todos los hombres menos tú;
todas las cosas, menos
tú mismo.

Eres accidente (en términos metafísicos):
eres en otro. Siempre en otro. Siempre otro…
¡Ojalá comprendieras! Descubrirías, acaso,
vestida de todas las otras, tu propia alma.
La hallarías preciosa, límpida, única:
sólo tuya, como nada, jamás, fue tuyo.
Desnudándola entonces, dotándola al fin de ser propio,
te la calzarías y te sentirías, por fin, un Yo.
Dejarías de ser todas las cosas menos tú,
para ser de una vez tú, de entre todas las cosas.
Comprendiendo que hasta entonces jamás habías sido,
correrías hacia mí y, por vez primera,

te abrazaría.

El brillo rojo en tus sueños

Bueno...podría narrar esto como que no soy yo, fingir un narrador omniciente, uno testigo... ¡Lo que sea! pero creo que así es más certero, así comprenderán realmente lo que es.
Estaba con mi grupo de amigos en la Facultad, ya habíamos terminado las clases y ellos me invitaron a "la peña" a "echarnos unas copas"... aún recuerdo lo mucho que me costó comprender esa jerga española en su inicio, siendo yo de Uruguay...pero ya me había acostumbrado a ella.
Al principio no quería...van casi todos los viernes, y aún teníamos que estudiar para los exámenes que tenemos dentro de 2 semanas...pero terminaron por convencerme, ¡Es que me agrada mucho estar con ellos!
Comencé a sentir que algo iba a salir muy mal nada más poner un pie fuera de la Facultad...y mi sensación se acrecentaba poco a poco en el camino, era casi insufrible.
Por no preocupar a mis amigos (o para que no me creyesen loca) no dije nada, y simplemente esperé a que se fuese en algún momento...no lo hacía.
Ya en la peña, mis amigos comenzaban a tomar y tomar cervezas...yo siempre fui más pausada que ellos, para cuando llevaban 5 cervezas, yo aún iba en la primera...."Estos chavales están piraos" pensé, muy a la española...pero sonreía, pues aún así eran divertidos.
Todo eso...hasta que le vi, y mi mundo pareció congelarse en su sitio...estaba pálida, no era capaz de moverme.
- ¿Qué pasa, Michelle? ¿Es esa forma de saludar a tu ex novio? ¿Mejor conocido como el amor de tu vida?
- ¿Q-qué quieres...? ¿Qué...haces aquí?
Fue lo único que conseguí sacar, con voz temblorosa, tenía miedo, pero veía a mis amigos alerta...ellos me defenderían, yo lo sabía.
-Oh, Michi...no me des ese trato, ¡Sólo vine a verte!
- ¿Desde Uruguay? ¡Sabes que no quiero nada contigo!
- Pero, querida mía...yo quiero todo contigo
- Sólo....vete, dejame en paz
- Ya la oíste, cabronazo....lejos de aquí
Escuché la voz de Miguel, apoyando su mano en mi hombro y fulminando con la mirada a Gonzalo, mi ex novio.
- Oh,¡Oh! ¿Entonces así es como funciona esto, Michi? Me harás tomar medidas... drásticas
- No te atreverías
- ¡Por supuesto que sí! La pregunta es....¿Te atreverás tú a hacer lo que haga falta?
- Bastardo.
- Sin duda...pero tú no eres mucho mejor, Tessrianie
Mis amigos miraron confusos, mientras mi ex novio se transformaba en un ser verde y azul, muy fuerte...del doble del tamaño de un humano normal, con garras, cuernos y dientes afilados.
- Mierda...esperaba que no hicieran esto otra vez, me empieza a cansar este ciclo, Orphentra
Mis amigos temblaban, no sabían que estaba ocurriendo, pero les asustaba aún más que me diriguiera a este ser con naturalidad
- ¿Vas a luchar, Tessriani? ¿O tendré que matarlos para que saques tu verdadero ser?
- Jajajaja, es adorable que creas que puedes ganarme... tú y todos los anteriores a ti cayeron.
Mi voz había cambiado, era más melodiosa, algo metálica también...la transformación había comenzado.
Pronto me había vuelto algo muy parecido a él...fuerte, con figura hermosa y feroz...mi piel morada y roja brillaba con intensidad.
Al transformarme...no pude bloquear las memorias de mis amigos por más tiempo, y recordaron todo...podía escuchar de fondo sus voces de enfado "¡Joder, Michi! ¡Deja ya de borrarnos la memoria!" "Anda ya, coño....otra vez intenta mantenernos a salvo".
La verdad, no me concentraba en sus voces de enfado y desconcierto, si no en la pelea que tenía delante, tirábamos volas de fuego, nos atacabamos con uñas y dientes...ambos estábamos dándolo todo.
Pero no por nada era una de las mejores guerreras de mi gente...acabé atravesándolo con las garras, sonriendo triunfal, mientras su cuerpo se deshacía en fuego.
- Adiós Orphentra...a ver si aprenden esta vez a no meterse conmigo
Mis amigos me miraban...cruzados de brazos, algo enfadados...mientras yo volvía a mi forma "humana" de una chica pequeña, pecosa y pelirroja
- Espero que por lo menos nos dejes conservar las memorias esta maldita vez, Michelle- Ese era Miguel...siempre era quien más se cabreaba luego de descubrir mi "engaño"
- Sabes que no lo haré, querido....es por su bien, ser atacados por criaturas de otros mundos sólo porque saben demasiado...no sería muy lindo
- ¡Pero ya estamos involucrados! Por favor Michelle...somos tus amigos ante todo...y queremos apoyarte- La voz de Diana..siempre temblaba, rogaba que la dejase recordar...fue difícil las primeras 15 o 20 veces, ¿Ahora? Ya era mera rutina.
- Lo siento...es necesario
- ¡¡¡¡Michelle!!!

Un par de días más tarde 
-Uf....que buena estuvo esa peña, ¿No Diana?
- Sí Miguel....¡Estuvo genial!
- ¡Wooooo! Son la leche, tíos
- Tu también, Antonio
- Sí, los quiero mucho a todos
Sonreí, mientras me envolvían en un abrazo grupal, comentando lo "tierna" que era....Ellos nunca sabrán.
Aunque en sus sueños...muchas veces verán un brillo rojo, esas memorias, tratando de que las desentierren....quizás tú, que me lees...también sueñas con esos brillos rojos, y te diré algo:
Si lo sueñas....alguno de tus amigos o familiares, es uno de nosotros, un Arshtenika renegado.... que te oculta la verdad para poder vivir.

Alice Arthagon

Lección de Vida

Nació el 12 de Abril de 1994, el mismo día en que falleció su abuelo Antonio. De ahí que la bautizaron con el nombre de Antonia.
Sus padres tuvieron problemas para tener hijos, por lo que aquel nacimiento fue un verdadero milagro.
Desde la niñez, fue más rellenita que el resto, pero nunca fue tema para ella; se quería tal cuál era: tenía claro sus defectos, y se esforzaba en erradicarlos. Pero también sabía cuáles eran sus virtudes, y se empeñaba para que éstas fuesen más importantes que sus vicios. Su vida era perfecta: confianza total con sus padres, excelente alumna y muchas amistades.
Entrada la adolescencia, comenzó a salir con hombres, y le gustaba interactuar con ellos, de hecho, en tres años, tuvo dos pololos y 5 pinches. A todos ellos les encantaba su forma de ser auténtica, sin importarle lo que el resto pensara de ella. La Antonia siempre estaba alegre y se preocupaba por que todos los de su entorno también lo estuviesen. Podías tener la mayor de las penas, pero con su positivismo, y  contagioso ímpetu por vivir, te lograba sacar una sonrisa.
Todo cambió drásticamente en unas vacaciones de verano. Yendo a bailar conoció un muchacho del cual se enamoró profundamente. Pasaron toda la noche juntos, hasta que al momento de la despedida, la Anto le pide el celular, pero él se niega ya que no le gustaban las mujeres gordas. Ella se sintió ofendida, y no podía creer que se había enamorado de alguien así.
Al día siguiente, mientras meditaba lo que aquel muchacho le había dicho la noche anterior, le informan que una de sus mejores amigas había muerto de un infarto, por estar gorda. No pudo más de angustia y corrió a contarle a sus padres, ellos trataron de consolarla, hasta que se calmó. En la noche, sus padres le recomiendan hacer dieta para no terminar como su amiga. Nunca me perdonaré lo ocurrido ésa noche…

Recuerdo cuando era pequeña, y amaba las galletas. En ése instante era mi deber preocuparme por ella, y le escondía los dulces. Otra de tantas, es que al llegar de un cumpleaños de una de sus amigas, me comenta que fue quien más dulces cogió de la piñata. En ése entonces tenía 10 años y pesaba 55 kilos. Para cuidar su salud, debí esconder la bolsa de dulces y regalarla luego… ¡Siempre encontraba todo, era una detective profesional con la comida!

El día del funeral, fue al féretro para ver a su amiga por última vez. En ése mismo instante, se ve a ella misma ocupando el lugar de su amiga, y siente una rabia inmensa con la gordura. Ése fue el clic detonante para emprender un viaje sin regreso
Se termina enamorando de las dietas, y prolifera su culto al cuerpo “ideal”. Ahí dejó de ser mi gorda, la cual todos adorábamos y admirábamos. Antes, sus padres nunca sospecharon porque siempre se las ingeniaba para pasar inadvertida. De hecho, al verla adelgazar, sus padres no paraban de felicitarla, y sus amigas de piropearla por lo bien que se veía delgada.
 Ya a los 5 meses de dieta, parecía un esqueleto andante, con apenas fuerzas para caminar. Sus padres, preocupados, comenzaron a vigilar su alimentación, pero ella fue más astuta. En presencia de ellos, familiares y conocidos, comía de forma normal, por lo que sus padres se fueron relajando al ver que su hija estaba volviendo a una vida sana. Lo que nunca sospecharon, es que se compraba, a escondidas, todo tipo de remedios quema grasa y laxantes. Además, otro método que solía emplear para evadir la ansiedad que le producía todo esto, era hacerse tajos en diferentes partes del cuerpo, o vomitaba, como castigo por estar gorda.
 Con tanta obsesión encima, y por sobre dosis de medicamentos, mi querida Antonia, muere a los 22 años.

Siento que todo fue mi culpa al incentivarla con las dietas desde pequeña, y obligarla a adelgazar, en el peor momento de su vida. ¡Cómo no fui capaz de detectar su enfermedad a tiempo! Ahora comprendo que pedía ayuda a gritos, pero no supe escucharla.

Yo fui la madre de una niña vencida por el culto, obsesivo, a la imagen corporal.

Una Caja en el Sótano

Pedro Ramírez bajó al sótano de la hospedería. La señora Laínez le había encargado que trajera la vajilla nueva para el almuerzo de Pascua y él, gentilmente, no dudó en ayudarla.
El sótano, infectado de humedad y moho, se encontraba atiborrado de las cajas de los huéspedes; la vajilla de la mujer debía de estar perdida entre todos esos viejos recuerdos que entorpecían el tránsito por la habitación.
Pedro tropezó y soltó un juramento. Cayó de bruces al suelo y al darse vuelta para ver con qué había trastabillado, se percató de que eran sus propias cosas. Alguien, un infeliz sin duda, las había movido de su lugar. Se acercó a gatas hasta la caja y la abrió para comprobar que todo estuviera bien, no sin antes encender una débil ampolleta que colgaba del techo.
En su interior, todo estaba en orden, meticulosamente guardado y acomodado. Los marcadores que alguna vez utilizara subrayando sus innumerables libros de estudio estaban ahí, pulcramente guardados en un estuche. La foto de unos niños que asomaba de un sobre y un cuaderno de cuero, que utilizaba para sus cuentas, también se encontraban en buenas condiciones, sin arañazos ni nada más que el polvillo que cubre a las cosas escondidas por largo tiempo. Sí, todo estaba bien, excepto el sobre y la fotografía.
La cogió y la guardó, pero vio que había más fotos. Y por curioso impulso, quizá por morbo, las revisó.
Se trataban de imágenes muy antiguas y amarillentas. Al principio, Pedro sonrió al verse retratado en situaciones cotidianas como dormirse en su sillín de comer, cuando apenas contaba con dos o tres años o verse jugando con sus primos en aquellos días de verano en Concón; recuerdos que parecían ajenos por esa distancia insalvable entre el propio pasado y el presente.
Fue pasando las fotografías y aquí y allá estaba con sus abuelos, sus hermanos o sus padres. En algunas imágenes jugaba con sus amigos del instituto a la pelota o sonreía frente a un pastel de cumpleaños, mientras que en otras se aferraba a las riendas de un potro o alimentaba gallinas con su abuela. Y aunque las fotos fueran bastante diferentes entre sí, en todas ellas aparecían las mismas sonrisas que el tiempo vuelve ajenas. Eran muchos recuerdos para cincuenta y siete años, pensó.
En el sótano silencioso, ni siquiera interrumpido por el trajín de la señora Laínez, con esa calma que permitía escuchar los propios latidos del corazón, Pedro siguió pasando fotos, abstraído de todo pensamiento y acompañado solo por la misérrima ampolleta que había por luz.
Todos los recuerdos se agolpaban ahora en su memoria y volvían a revestirse de individualidad. La difuminación que obrara el tiempo sobre ellos ahora caía presa de sí misma y esos momentos resucitaban con nuevas fuerzas y penetraban en su mente con vehemencia.
Solo ese montón de fotos, sonrientes y lejanas, cubrían los primeros años de Pedro. Ahora, las siguientes recorrían su adolescencia y así, se vio aterido de espinillas, jugando fútbol con sus amigos y, también, con su primera novia, cuando tan solo contaba con dieciséis y el mundo aún resultaba novedoso. Aquella chica, de ojos verdes y sonrisa franca lo apretaba contra ella, sin reparos, feliz y tranquila; quizá también sentía lo mismo que Pedro: el mundo era nuevo y ellos rebosaban juventud.
Junto con aquel primer noviazgo, sobrevendría la temprana muerte de su padre. La última foto de este lo mostraba leyendo un libro, con un cigarro entre los dedos, sentado en la terraza en un día de sol; ni siquiera había sido retratado de frente, pues quien hubiera capturado la imagen lo hizo casi a sus espaldas, quizá por accidente. Pedro, sin embargo, sintió algo de molestia.
Pero las fotos proseguían su rumbo impertérritas y los años avanzaban. Pasó por el distanciamiento de sus hermanos, en los días en que enseñaba jubiloso su diploma del doctorado. Y por ese entonces, la sonrisa se mostraba ahora como impostada y había perdido brillo. En esa imagen también se veían las primeras arrugas de sus ojos y unas canas incipientes. Iba acompañado de su madre que sonreía más con una mueca que con verdadera alegría.
Las siguientes imágenes representaban una sucesión de recuerdos cada vez menos naturales; fotografías de su madre de mirada perdida con los hijos de sus hermanos, un paisaje rural que no recordaba y nimiedades como un gato o un atardecer. Recordó que más tarde moriría su madre y que esa ocasión había congregado por última vez a todos los hermanos.
Pedro hizo una pausa; de eso, lo separaban veintisiete años. Luego, en el almuerzo que sucedió al entierro, todo había terminado en discusión y llanto. Pedro sacó las fotos ese día, pero al revelarlas, no se las enseñó a sus hermanos. Ahora quizá ellos estaban cómodos en sus casas con sus respectivas familias celebrando la Pascua. Sus niños, los nietos, estarían sonrientes buscando huevos de chocolate…
Hizo otra pausa. ¿Cuándo fue la última vez que comió uno?
No lo sabía.
Luego, las fotografías cambiaban radicalmente de rumbo. Pedro aparecía dando clase o con eminentes profesores de universidades extranjeras. En algunas, posaba con mandatarios de países exóticos o con amigos de sonrisas blancas y perfectas. Se sorprendió mucho al ver estas imágenes; no tenía recuerdo de ellas.
El tiempo avanzaba y las fotos se terminaban. Pedro perdía cabello, engordaba y encanecía. Sus viajes a Polonia, Dubái, España e Inglaterra, todos por congresos de literatura —donde había expuesto brillantemente de temas como la crisis existencial en El extranjero, la desesperación en La metamorfosis o el problema del dolor en las páginas de Mauriac—, ya no le parecían importantes. Y aunque la Torre de Londres se erguía orgullosa en el papel fotográfico, ya no ocurría lo mismo con las sonrisas, con la pose del cuerpo y con su vigor de antaño.
Excepto por sus familiares y una que otra imagen, en las fotografías posteriores ya no lo acompañaba nadie; estaba solo, tomándose fotos casi como si cumpliera con una obligación o con una costumbre social irreprimible y necesaria. Fotografías como la de aquel verano de hace cinco años, en la que un extraño había sujetado la cámara y unos dedos extranjeros habían presionado el obturador, se sucedían sin descanso hasta que todas se acabaron y llegaron nuevamente a la primera, a la del verano en Concón.
Pedro la contempló otra vez, en el silencio húmedo del sótano y acompañado solo por esa luz de pacotilla.
Guardó todo en la caja y la acomodó cuidadosamente en su lugar. Una voz melindrosa lo llamó, preguntándole desde la cocina por la vajilla.

Pero Pedro no le hizo caso; en su lugar, siguió mirando la caja mientras la ampolleta comenzaba a agonizar. La miró hasta que la luz se apagó suavemente, extinguiéndose en el silencio.

Desconocido

Nuevamente, Tomás estaba sufriendo uno de esos conocidos y terribles ataques de angustia.
Como todo lunes a las 8:30 de la mañana, estaba en la universidad, haciendo un control de cálculo. Cursaba el cuarto año de Ingeniería Comercial. Apenas leyó el enunciado del primer ejercicio, se le hizo un nudo en la garganta y comenzó a sentir como su pecho se cerraba cada vez más, haciendo de la respiración, una verdadera hazaña.
Durante toda su vida escolar, Tomás siempre tuvo claro lo que quería hacer a futuro. En qué y donde iba a trabajar, a qué edad se casaría y cuantos hijos tendría. Sin embargo, nada resultó como planeaba. Sin saber cómo, estaba prácticamente terminando una carrera que ni siquiera sabía porque estaba estudiando. Se sentía un extraño en su propia vida, sentía que había ido dejando de lado su personalidad al elegir una carrera tan diferente a lo que siempre le había gustado. Se sentía perdido.
Leer ese enunciado que hablaba de un periodista, le hizo revivir nuevamente esa sensación de no saber quién es, de no tener una identidad. Y es así como se fue sucumbiendo en una espiral de pensamientos oscuros que lo atemorizaban hasta lo más profundo. Ya no dormía ni comía, no disfrutaba estar con sus amigos; siempre estaba presente esa pregunta terrible “¿quién soy?”
No veía salida, pensaba que estaba destinado a ser infeliz, a no vivir la vida que quería vivir.
Quedan diez minutos - Dijo el Profesor.
Sobresaltado, dejó sus desoladores pensamientos de lado, como siempre, y volvió a concentrarse en las matemáticas.

  

Autosegmentación

Hola amigos del YouTube! Los que me siguen en Twiter o Facebook sabrán que me estoy moviendo de casa, prometo volver subir videos la próxima semana, pero por mientras les dejo aquí una guía para sacarse el rollo Le doy gracias a “Gabilux Space57” por el material
 Ojalá te guste la guia, ponle "me gusta" y compártelo con tus amigos por Facebook y/o twitter, de verdad que me ayudaría muucho :'D y no olvides suscribirte, subo materiales todos los viernes!
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Primer paso: Tomar un rollo
Segundo paso: Desenrollarlo
Repita paso 1 y 2 con el resto de los rollos
Rollo existencial, rollo demográfico, rollo geográfico, rollo ideológico, rollo xenófobo, rollo de Facebook, rollo étnocentrico, rollo genérico, rollo sexual, rollo marital, rollo cultural, rollo endogamico, rollo familiar, rollo estudiantil, rollo patriarcal, rollo matriarcal, rollo generacional, rollo psicotrópico, rollo etílico, rollo amoroso, rollo individualista, rollo de Tinder.
Finalmente: Deje reposar por 5 seg, y luego dese cuenta que usted está actuando como un loco.
ADVERTENCIA: debe SIEMPRE volver a enrollar todos tus ROLLOS para que no se vuelva loco de verdad.
Publicado el 03 feb. 2016


Comentarios:
Porque desde el dia que me intente suicidar y quemar la casa, mi madre quiere que vaya al psicólogo?
Responder67  

Ver las 21 respuestas 

Casa de Barro

Apenas un niño, tambaleándose. Los pantalones y la polera les quedaban grandes, las mangas le colgaban bien terminadas las puntas de los dedos, por lo que se las tenía que arremangar constantemente. Arremangándose la manga izquierda se pasó a llevar la herida, una de muchas.
El casco que tenía puesto no era para alguien de su tamaño y le tapaba la vista, se lo levantó. Tratando que los zapatos no se le salieran, se arrodilló frente al muro. Su mano se hundió en el barro y el lodo salpicó al pegarlo contra la muralla ya algo construida.
Un muro de barro, para protegerse. Estaba todavía adolorido de lo que los otros le habían hecho, por suerte había logrado escapar a este nuevo lugar. Sabía que había otros, ya había interactuado con un par y parecían amigables, pero no correría el riesgo de equivocarse. No de nuevo. Su muralla estaba tomando forma, una mezcla de barro y sal. Su futura fortaleza.
Pasaron un par de años y la fortaleza estaba lista. Una preciosa casa de barro, por dentro acogedora y agradable, por fuera llena de colores y luces. Alegre y amenazante al mismo tiempo. Ya nada lo podía tocar, estaba a salvo.
Así vivió por muchos años, y con cada invierno el aire de la casa se volvía más pesado. Usaba gran parte de la pintura para retocar el exterior, lo reparaba constantemente, no se podía permitir ni grietas, ni que la casa no se viera majestuosa. Y, a pesar de que cambiaba una que otra cosa por dentro, las murallas interiores comenzaron a agrietarse, la pintura comenzó a oscurecer, y los muebles mostraban desgaste.
De pronto se dio cuenta de que su sillón ya no era tan cómodo como al principio, tantos años atrás. Extrañaba el exterior, dormir bajo las estrellas, sentir el pasto entre sus dedos, el sonido de los pájaros, y el agua fría de las cascadas rompiendo contra su espalda. Estaba a salvo, sí, pero algo faltaba. Era casi como si la seguridad no fuese lo más importante.
Comenzó a suceder que una pareja de pájaros carpinteros anidaron en una de las vigas exteriores. Picoteaban constantemente la muralla, tratando de entrar, y, a pesar de que en el fondo quería dejarlos entrar, los espantaba por miedo a exponerse a los peligros del mundo.
Como sucede a todo el que pasa demasiado tiempo encerrado, con aire estancado, y un ambiente lúgubre, cayó enfermo.
Acostado en su cama escuchaba el pájaro carpintero picotear su muralla. Toc toc toc.
Un día sucedió. El repentino rayo de luz lo cegó por un momento. El pájaro había logrado atravesar, haciendo con un acertado golpe con el pico un pequeño hoyo al lado de la cabecera de la cama en la cual yacía.
Su nariz se abrió al respirar la pequeña brisa de aire fresco. Quería más, necesitaba más. Incorporándose subió al segundo piso y abrió por primera vez la única ventana de toda la casa. El tiempo había corroído las bisagras y solo la pudo abrir suficiente como para gritarle al hombre que caminaba por fuera, estudiando la extraña construcción. Una vez que este accedió a ayudarlo a derrumbar al menos una de las murallas, comenzaron a trabajar, uno por afuera, otro por dentro.
El proceso era lento y las murallas fuertes, sin embargo pronto empezó a notar como su cuerpo sanaba y su mente esclarecía. Cada día se sentía mejor.
Así avanzo este lento proceso hasta que llegó ella. Era un día de lluvia por lo que la demolición solo estaba siendo llevada a cabo desde adentro. El hombre del exterior no había estado desde hace un par de meses.
Luego de una corta conversación por un de los hoyos del muro, la mujer se acercó y coloco suavemente su mano contra el muro. El rugido que siguió de eso casi lo deja sordo, y casi fue aplastado por los escombros que cayeron al derrumbarse un pedazo enorme de la muralla. Estaba anonadado.
Invitó a pasar a tan formidable creatura, y se sentaron en la mesa a tomar té. Toda estructura parecía derretirse y debilitarse al pasar ella cerca. Incluso la mesa parecía más baja de lo que era antes de que ella legara.
Cuando por fin decidió seguir su camino, de la casa no quedaba más que la mitad. Más sorprendente aún, sus ropas ya casi le quedaban bien, sus pantalones no se le caían y sus pies llenaban sus zapatos. Estaba mucho más grande!
Se sentía fortalecido y sano, y a pesar del dolor que sintió cuando ella decidió que no se podía quedar más tiempo en la casa, se sentía feliz. De pronto el exterior no se veía tan amenazador.
Con una mano agarro el gran martillo que antes le llegaba a la cintura y que ahora podía sostener con una mano, se dio media vuelta y, enfrentando el resto de la casa, inhalo otra bocanada de ese delicioso aire que lo fortalecía, y con una sonrisa se puso a trabajar…