Se
había estado preparando para la reunión del martes por casi un mes y justo ese
día, como si el universo quisiera jugarle una mala pasada, se quedó dormido.
Un
intenso rayo de luz se escapó entre las persianas de su ordenada y
perfectamente pensada habitación y se deslizó por el lado izquierdo de su cara,
pegando de lleno en sus ojos. Todavía medio entregado a los brazos de
Morfeo, se inclinó para ver el
despertador negro y cuadrado que estaba en su velador desde que su abuelo, que
siempre fue más un padre que un abuelo, le dejo después de partir a
reencontrarse con su esposa fallecida tantos años atrás.
Se
levantó de un salto, se puso el primer traje que encontró y de paso tomó unas
tostadas que se comería en su auto, por supuesto, negro. No podía creer su
irresponsabilidad. Nunca le había pasado algo así, pensaba mientras conducía.
Era
la definición de disciplina. Jamás había llegado tarde a la oficina y mucho
menos había faltado. Su escritorio encajaba en su pequeño cubículo en un ángulo
exacto de noventa grados; sobre él, cada artículo que sólo un perfeccionista
como él tendría, se encontraba a una distancia precisa del siguiente, de lo
contrario, no podía realizar su trabajo.
Sin darse cuenta se pasó una luz roja, pero ya
nada importaba. No había realizado su rutina de la mañana así que su día ya no
sería perfecto.
De
alguna u otra manera, su sentido de orden y vivir bajo las reglas se fundaban
en su nerviosismo. Trataba de camuflar ese defecto que para él era lo que
realmente lo definía. Nunca había creído en las palabras de su familia y amigos
cuando le decían que era una persona realmente entrañable, perseverante y fiel
como si lo anterior fuera poco.
Iba
realmente atrasado, de ninguna manera llegaría a la reunión a tiempo. Esta vez,
se percató de que el semáforo le estaba indicando que se detuviera y frenó a un
par de metros de un café.
Desde
que trabajaba en la empresa, había realizado el mismo recorrido cada día de la
semana, sin embargo nunca le había puesto atención a ese particular café. Tenía
una amplia terraza que en ese momento estaba absolutamente copada. Pasó su
mirada por cada rincón del lugar y se detuvo al verlos. Una pareja de ancianos
que le recordó a sus queridos abuelos, ocupaba la mesa de la esquina. Tomaban
algo que no pudo ver desde el auto pero supuso que era algo dulce. No podía ser
otra cosa ya que era exactamente lo que ellos reflejaban. Dulzura. Observó cómo
se miraban el uno al otro y entrelazaban sus arrugados dedos. Y entonces lo
supo. No seguía las reglas y órdenes al pie de la letra en un intento de camuflar su nerviosismo, si
no para esconder que era un enamorado del amor. Fue como si una puerta se
hubiera abierto en el lugar más recóndito de su mente y ahora dejara salir
todos esos sentimientos que alguna vez estuvieron reprimidos. Lo que realmente
era importante para el era el amor, el arte, la compañía.
En
un abrir y cerrar de ojos, su vida dio un giro. Su mente se vio invadida de
imágenes fugaces que se atropellaban
entre sí: cumpleaños, navidades, juntas con amigos, ex parejas. Esa pareja de
ancianos lo hizo despertar y darse cuenta que el orden y la estructura no lo
son todo; esa pareja de ancianos demostraba que el amor es real, esa pareja de
ancianos lograron liberarlo de su oscura
prisión. Agradeció haberse quedado dormido ya que lo llevo justo a ese momento.
Ahora no entendía porque su reunión le parecía tan importante.
Un
sonido estrepitoso lo despertó de su trance. Miró por el espejo retrovisor y vio
como el conductor del auto de atrás le hacía gestos no muy simpáticos. La luz
del semáforo ya era verde.
Para:Felipe
De: Fernanda
Me gustó mucho tu cuento, Fer! Te lo agradezco un montón!!! Está bacán! Mil gracias!! :D
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