jueves, 7 de julio de 2016

Atrapado en la razón

  
Se había estado preparando para la reunión del martes por casi un mes y justo ese día, como si el universo quisiera jugarle una mala pasada, se quedó dormido.
Un intenso rayo de luz se escapó entre las persianas de su ordenada y perfectamente pensada habitación y se deslizó por el lado izquierdo de su cara, pegando de lleno en sus ojos. Todavía medio entregado a los brazos de Morfeo,  se inclinó para ver el despertador negro y cuadrado que estaba en su velador desde que su abuelo, que siempre fue más un padre que un abuelo, le dejo después de partir a reencontrarse con su esposa fallecida tantos años atrás.
Se levantó de un salto, se puso el primer traje que encontró y de paso tomó unas tostadas que se comería en su auto, por supuesto, negro. No podía creer su irresponsabilidad. Nunca le había pasado algo así, pensaba mientras conducía.
Era la definición de disciplina. Jamás había llegado tarde a la oficina y mucho menos había faltado. Su escritorio encajaba en su pequeño cubículo en un ángulo exacto de noventa grados; sobre él, cada artículo que sólo un perfeccionista como él tendría, se encontraba a una distancia precisa del siguiente, de lo contrario, no podía realizar su trabajo.
 Sin darse cuenta se pasó una luz roja, pero ya nada importaba. No había realizado su rutina de la mañana así que su día ya no sería perfecto.
De alguna u otra manera, su sentido de orden y vivir bajo las reglas se fundaban en su nerviosismo. Trataba de camuflar ese defecto que para él era lo que realmente lo definía. Nunca había creído en las palabras de su familia y amigos cuando le decían que era una persona realmente entrañable, perseverante y fiel como si lo anterior fuera poco.
Iba realmente atrasado, de ninguna manera llegaría a la reunión a tiempo. Esta vez, se percató de que el semáforo le estaba indicando que se detuviera y frenó a un par de metros de un café.
Desde que trabajaba en la empresa, había realizado el mismo recorrido cada día de la semana, sin embargo nunca le había puesto atención a ese particular café. Tenía una amplia terraza que en ese momento estaba absolutamente copada. Pasó su mirada por cada rincón del lugar y se detuvo al verlos. Una pareja de ancianos que le recordó a sus queridos abuelos, ocupaba la mesa de la esquina. Tomaban algo que no pudo ver desde el auto pero supuso que era algo dulce. No podía ser otra cosa ya que era exactamente lo que ellos reflejaban. Dulzura. Observó cómo se miraban el uno al otro y entrelazaban sus arrugados dedos. Y entonces lo supo. No seguía las reglas y órdenes al pie de la letra  en un intento de camuflar su nerviosismo, si no para esconder que era un enamorado del amor. Fue como si una puerta se hubiera abierto en el lugar más recóndito de su mente y ahora dejara salir todos esos sentimientos que alguna vez estuvieron reprimidos. Lo que realmente era importante para el era el amor, el arte, la compañía.
En un abrir y cerrar de ojos, su vida dio un giro. Su mente se vio invadida de imágenes  fugaces que se atropellaban entre sí: cumpleaños, navidades, juntas con amigos, ex parejas. Esa pareja de ancianos lo hizo despertar y darse cuenta que el orden y la estructura no lo son todo; esa pareja de ancianos demostraba que el amor es real, esa pareja de ancianos lograron liberarlo de su  oscura prisión. Agradeció haberse quedado dormido ya que lo llevo justo a ese momento. Ahora no entendía porque su reunión le parecía tan importante.
Un sonido estrepitoso lo despertó de su trance. Miró por el espejo retrovisor y vio como el conductor del auto de atrás le hacía gestos no muy simpáticos. La luz del semáforo ya era verde. 



       Para:Felipe
       De: Fernanda


1 comentario:

  1. Me gustó mucho tu cuento, Fer! Te lo agradezco un montón!!! Está bacán! Mil gracias!! :D

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