Para: Juan Pablo
De: Gabriela
Se levanta pensativo, pero no piensa en cualquier
cosa, no todo atrapa su atención, él sabe bien dónde depositar su energía. Se
viste con lo primero que ven sus ojos, porque hace años que alcanzó la certeza
de que sus vestiduras no lo definen. Poco habla de su esencia la combinación de
colores que escoja un día o incluso el diseño de la polera que más usa. Sabe
bien que su definición está en lo que nace en su mente y proyecta
inmaterialmente: sus ideas.
Cree que no es casualidad que su nombre realmente
sean dos nombres. Él no es ni "Juan", ni "Pablo", es
"Juan Pablo", un doble nombre, que de alguna manera habla de su doble
pensamiento, su crónico repensar, su necesidad de considerar dos veces lo que
parece sencillo (pero, repetimos, no es intrascendente. Realmente es importante
que quede claro que no cualquier cosa amerita merece su meditación inicial y
menos su replanteamiento).
Esta mañana en particular piensa en el agobio de la
época de exámenes mientras sus pies rozan el piso de granito. A veces quisiera
ser ciego para poder sentir con más plenitud la frialdad del piso, para poder
percibir con mayor intensidad la desnudez de sus pies y para poder desear ver,
ser capaz de mirar el mundo.
Piensa que debe ser especial (claro que triste,
pero sobre todo especial) querer tener una habilidad imposible a la naturaleza
propia. Debe ser interesante ser pez e imaginar qué tal será respirar, ser cielo y anhelar silbar, ser libro y
querer transpirar imágenes como el cine, ser el género cine y soñar en poder soñar.
Su mente se ve tentada a pensar en la ceguera o en
la posibilidad (la potencia frente al acto, su antiguo tema-obsesión), pero su
estímulo inicial toma más peso: el agobio de los exámenes. Se razona atravesado
por algo que se parece a la presión. Siente rabia de sentir rabia. Es una
tontera vivir como lo hacemos. La presión de los exámenes es lo mismo que la
molestia del lujo, la incomodidad de la felicidad, la grieta del agua.
Él es afortunado de tener techo, familia,
educación, amigos, buena cabeza. Tiene todo para prosperar en la vida, tiene
todo para triunfar en la prueba, todo para arreglarse y salir a la Universidad,
tiene hasta un ascensor que le evitará el esfuerzo físico de bajar 13 pisos
hasta la planta baja del edificio, lo tiene todo. Tenemos todos todo, piensa. Tenemos remedios, bancos, redes
inalámbricas, entretenimiento. Antes hacer un trámite ameritaba un día en la
vida, ahora solo la tarea de estacionar nos produce agote físico, nos torturan
los minutos perdidos. Somos flojos, orgullosos, malagradecidos.
Sus ojos café se abren. La vida le ha dado un
regalo, esta mañana sus reflexiones matutinas se han alineado: Somos
afortunados de querer sentir el frío en los pies y tener la sensibilidad de
hacerlo, somos capaces de respirar, de silbar, de generar imágenes y de soñar.
Pero no hay potencias felices y potencias
desgraciadas, son todas maravillosas. Somos capaces de despreciar el tráfico,
de quejarnos por la tardanza al estacionar, de sentir desagrado ante la
angustia, de quejarnos de nuestros propios quejidos. Qué pena el pobre lápiz
que es lápiz y lápiz es. Qué pena ser lo que se es y nada más.
Él es Juan y Pablo, el que piensa y se alivia. El
que sabe que esta vez poco lo salvará de obtener un rojo en la prueba que
tendrá a las 11:00, pero que -exquisita sensación- es una manifestación de su
potencia de reprobar. Ese rojo es su rojo, es su potencia en acto. Fracasar es solo
una potencia más, Juan Pablo también puede conquistar el mundo, su mente piensa
en grande, no tiene límites, se ensancha con cada nuevo pensamiento, que va
adaptando y decorando los cajones de su identidad.
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