miércoles, 8 de junio de 2016

Peludas patas

—¡Papá! ¡Hay una araña cerca del árbol!
Efectivamente, una araña descansaba al lado del árbol, apenas se movía y solo se podía comprobar que no estaba muerta cuando hacía el ademán de estirar una de sus peludas patas.
—Silencio— le dijo su padre mientras se acercaba sigilosamente a la ubicación señalada —no queremos que despierte ¿o sí?—.
El hombre y su hijo se acercaron despacio a la araña, parecía estar durmiendo profundamente.
—¿Has visto un espécimen parecido?— preguntó una joven uniéndose a la pareja. —Es diferente a todas las arañas que hemos visto antes—.
El hombre recogió un palo de entre las hojas desprendidas de los árboles del bosque, y comenzó cuidadosamente a tocarle las patas a la araña con él. El arácnido no se movía.
—¿Podrá ser?— dijo uno de los más ancianos del grupo.
—¿Qué es? ¡¡Cuéntanoslo!!— le dijo uno de los niños del grupo.
—Existe una leyenda que me contaron mis abuelos, la cual escucharon de las bocas de los suyos; una historia que ha sido contada por nuestros antepasados durante muchas generaciones— tomó aire, provocando una pausa en su relato; el silencio sepulcral del lugar mostraba el gran interés con el que el grupo escuchaba la historia — Se cuenta que existe una raza de araña que, al contrario de como suele ser su especie, es lenta, se mueve muy despacio y suele dormir todo el día. Esta es la razón por la que nunca nadie ha logrado ver la longitud de sus quelíceros.
Todos guardaron silencio. Los niños asustados abrazaban a los adultos mientras sus cuerpos tiritaban por culpa del miedo.
—Pero tranquilos, lo más probable es que nunca despierte, sólo lo hace tres veces en su vida, pero cuando lo hace, mejor no estar ahí para verlo.
El silencio había descendido en esa parte del bosque; el grupo miraba con terror a la araña, esperando que ésta no eligiera aquel día para despertar de su largo sueño.
Un ruido interrumpió el momento, el pánico se asomó en los ojos de todos. Se escuchaba como las ramas y hojas crujían bajo un centenar de peludas patas.
Cuando decidieron volver a la realidad y comenzaron a mirar alrededor suyo, ya era muy tarde. Un grupo de arañas gigantes los rodeaba. Bajaron la guardia, algo que los humanos no debían hacer nunca en un apocalipsis arácnido.




Y. Incussus

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