Se trató de
una fuerte sacudida. Luego de que la nave se hiciera añicos y aterrizara en esa
playa de dimensiones infinitas, El Tercero descendió. No alcanzó a distinguir
el cadáver de sus compañeros ni el suyo propio.
Las olas estallaban con suavidad y el día tocaba a su fin. Los colores
anaranjados de la puesta de sol abrasaban paulatinamente el azul del cielo. A
lo lejos, enfrentando el mar, se veía la hilera de un bosque cada vez más
oscuro.
La nave había caído en el mar y para llegar a la arena, El Tercero tuvo
que sortear unas olas que no lo mojaron. Al alcanzar la costa, vio a un hombre
asando un pez en una frágil fogata.
—Acércate, Juan —dijo suavemente.
El Tercero se acercó.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Hiciste un buen trabajo al pilotear
la Patmos.
Y entonces El Tercero se sentó en la
arena junto al hombre. No se atrevió a preguntarle quién era; de algún modo, le
resultaba conocido.
Una gran calma lo invadió y no decidió
no hacer preguntas. El
hombre le acercó el pescado y Juan comió en silencio mientras el otro lo miraba.
El sol estaba por hundirse en las profundidades del océano.
—¿Cómo fue qué llegaste hasta aquí? —preguntó
el hombre.
—Creo que tú lo sabes mejor que yo.
—¿Por qué emprendiste este viaje?
—No lo sé.
Se callaron por un rato. Juan miró
cómo se escondía, por fin, el último rayo de luz entre las olas. Ahora el cielo
parecía haberse sumido en una calma melancólica.
—¿Por qué me embarqué en esta
misión? —preguntó Juan.
El hombre simplemente lo miró, pero
no dijo nada.
Este cuento me resulta extraño, como que no le identifiqué el sabor, no capto qué referencia hay detrás de El tercero o de Juan. Siento como si la información estuviera cubierta, no logro des-cubrir el significado.
ResponderEliminarAhora, como unidad que no comprendo, me siento más interesada que alejada.
Me llama la atención esta partecita de un flujo más grande, de una historia que parece mítica, de personas con misiones, de seres que no se mojan, de frágiles fogatas por hombres misteriosos que saben todo sobre ti. Intrigante.