jueves, 31 de marzo de 2016

Hora Punta

Cristina estaba cansada. El largo camino a casa se había visto interrumpido por un tráfico en exceso lento. Se llevó la mano a la oreja y jugueteó con uno de sus colgantes.
            Si tan solo pudiera hablarle a mi hijo, pensó. Frente a ella cruzó un motociclista imprudente que le arrancó un improperio. Golpeó los bordes del volante hecha una furia. ¿Por qué no pudo aguantarse este cabro de porquería? Sus dedos se crispaban con rabia.
La fila avanzó y Cristina, antes protegida del sol por un edificio, quedó de lleno contra el este. Trató de cubrirse con la visera del auto, pero al abrirla, se rompió. Se sobó las manos nerviosas, arrancándose uñas mal cortadas. ¿Y este taco cuando avanzará? Tocó la bocina y suspiró.
            Igual que su padre… igualito el perla. Recordó aquellos días que en el pasado se habían mostrado dichosos. Vio la sonrisa de Claudio y sintió nuevamente la brisa marina, el sol apacible y el ruido de las olas. Claudio la estrechaba contra sí y sus latidos se confundían con el ruido del mar. Tomás, el pequeño Tomasito, apareció corriendo con un avión de juguete y se unió al abrazo.
            Atrás alguien tocó rabiosamente la bocina y Cristina volvió a la realidad La fila había avanzado bastante. Aceleró y ganó el espacio perdido.
            Pero al pisar el pedal de freno no pasó nada.
            El impacto fue seco, sin mayores sobresaltos, pero el parachoques del vecino delantero quedó hecho trizas. La patente colgaba de un tornillo chirriante.
            Cristina se apeó del vehículo para hablar con el afectado. Balbuceó unas disculpas. Sí, no se preocupe, señor. Tengo seguro, yo me responsabilizo.
            Pero Cristina no estaba pendiente de sus propias palabras y lentamente, apareció con crueldad un último recuerdo.
            Se calló.
            El tiempo, congelado, hecho hielo, la transportó a esa tarde nublada. Ahí estaba Claudio y en un departamento mohoso lo debía estar esperando Alejandra. El bastardo, sin duda, adulteraría el auto, cortaría los frenos, qué se yo…, pero no me dejaría ir tras él.
            El dueño del auto afectado trató de espabilar a Cristina, pero ella ya no lo escuchaba. Una lágrima bajó por su mejilla.
            Igualito a su padre, sollozó.



Isaac Spaulding.

3 comentarios:

  1. Genial, me gustan harto las transiciones entre recuerdos y los problemas típicos del tráfico, y la sensación de "todo me sale mal" queda muy bien expresada.

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  2. Me gusta...me gusta, ese "igualito a su padre" me impacta, siento que siempre escuchamos ese tipo de frases, pero a veces pueden ser tan impactantes... también, me gusta esa mezcla entre realidad y recuerdos, se me hace muy realista

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  3. Es un cuento potente que te va dando capas y capas de significado, te obliga a releer y a quedar un poco adentro. Muy bueno. Uno quiere más, eso siempre es bueno.
    Creo que ahora cacho más tu estilo, tu pluma clásica en situaciones contemporáneas. Bien. Solo me llama la atención el recurso del improperio, igual que en tu siguiente cuento. Todos tenemos nuestras muletillas, a mí me encanta la palabra "salpicar" (para emociones), pero de pronto no hay que usarlas tanto.

    Nota de la vida: La achuntaste con el nombre del hijo!

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