lunes, 9 de mayo de 2016

El Encendedor

- Buenas tardes.
- Buenas.
- ¿Caminamos juntos?
- ¿Lo conozco?
- ¿Es necesario?

Había algo extraño sobre ese hombre, tenía un aire tranquilo y a la vez firme, curiosa combinación.

- Supongo que no.
- Muy bien. Caminamos entonces.
- Está bien – Le dije, encogiéndome de hombros, aunque supuse que de cualquier manera no me habría escuchado de haberle dicho que no. Además, ya estaba obscureciendo, y no era mala idea cruzar el bosque acompañado.

Durante casi una hora caminamos en silencio, salvo un par de veces que me miraba unos segundos y soltaba una risa.

Las primeras tres veces hice como que no me daba cuenta, pero ya a la cuarta le pregunté sin intentar ocultar mi irritación.

- ¿De qué te ríes?
- De ti – Contestó tranquilo con los ojos fijos en la luna, como esperando ver algo.
- ¿De mí? – Por alguna razón su respuesta no me hizo enojar- ¿Por qué? – Agregué intrigado.
- Porque estás muerto. - Dijo mirándome a los ojos.
- ¿Muerto?
- Sí, muerto. – Su mirada había vuelto a perderse en el cielo nocturno.

Me quedé callado, no supe qué contestar.

Seguimos caminando en silencio. Después de otra hora reuní el valor para preguntarle.

- ¿Por qué muerto?
- Porque no vives, porque caminas distraído, pensando en lo que harás cuando cruces este bosque. Porque no has quitado la vista del camino ni un solo segundo. Porque no te detuviste a mirar a tu alrededor cuando comenzamos a caminar. Porque dejaste que llegara la noche, y ahora no puedes ver lo que te rodea, ninguna flor o animal, te lo perdiste. Porque tienes Miedo de mirar al cielo porque podrías chocar contra un árbol. Estás muerto.

No pude contenerme y comencé a llorar. No recordaba la última vez que lo había hecho.

- ¿Quién eres? – No se me ocurrió nada más que preguntarle.
- ¿Importa? – Me respondió fría, aunque amablemente.

Sentí un escalofrío. Cada instante que pasaba con este personaje me hacía admirarlo más.

- Supongo que no…

Llegamos a una bifurcación, mi destino estaba a la izquierda y él me hizo saber que debía continuar por el otro camino.

- Adiós. – Le dije – Gracias por todo.
- Para eso están los amigos. – me contestó con una sonrisa.

Sacó un cigarrillo e intentó prenderlo un par de veces, pero su encendedor no respondía.

- ¿Por casualidad tendrás un encendedor que me puedas regalar? El mío no funciona y tengo una larga caminata por delante.
- Claro, es lo mínimo que puedo hacer – le dije, alcanzándole rápidamente el mío.
- Muchísimas gracias, y suerte en tu Vida.
- Gracias.
- Por cierto, mi nombre es Felipe. – Me dijo distraído.

Estiré la mano para despedirme, pero él la bajó, me dio un par de palmadas en la espalda y se fue en silencio.

Suspiré y seguí con mi camino. Ese extraño fue la persona que más admiré en mi vida.



Aquella cueva era la más obscura de todas. Deslizó el pulgar una vez más por la rueda de su encendedor. Se le había acabado casi todo el gas, pero las chispas que salían eran suficientes para iluminar el pasillo por unos instantes, permitiéndole avanzar un par de metros.

Cada túnel era más largo que el anterior.
Cada túnel era más cansador que el anterior.
Cada túnel le gustaba más que el anterior.

Siguió caminando durante un par de horas, iluminando el camino cada cierto tiempo para no tropezar. Encendió un cigarrillo con lo último que le quedaba de gas, y lo vio, había llegado al final. Al fin sabría lo que había al fondo de ese túnel.

Dio unos pasos al frente y notó que lo único que había era una pared, el camino terminaba repentinamente, tal como había comenzado. Felipe, despreocupado, decidió dar media vuelta y regresar al exterior. – “Quizás el siguiente sea el correcto” – Pensó. Aún le quedaban muchos caminos por recorrer.

Apagó su cigarrillo y guardó la colilla en su bolsillo. “Un cigarrillo en mi bolsillo”. Se sonrió, siempre disfrutaba de las cosas más mínimas, y esa rima sin duda era una de ellas.

Felipe salió del túnel. Se encontraba nuevamente en el claro rodeado de éstos. Miró a su alrededor, sólo quedaba uno por recorrer.

Había encontrado ese lugar por casualidad mientras paseaba por el bosque, y había decidido investigarlos todos. Se dirigió hacia la entrada del último, pero algo lo hizo detenerse. A lo lejos vio a un hombre caminando encorvado, con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el suelo.
Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia él.

- Buenas tardes – le dijo.

Supo inmediatamente que ese sería el camino correcto del día.



HT.

1 comentario:

  1. Un cuento a mi parecer bastante curioso y surrealista...el personaje de Felipe es como uno de esos sabios distraídos, que te dicen algo que marca para siempre sin ellos saberlo muy bien...el cuento me transporta a ese lugar, y eso es algo muy positivo.
    ¡Saludos!

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