- Buenas tardes.
- Buenas.
- ¿Caminamos juntos?
- ¿Lo conozco?
- ¿Es necesario?
Había algo extraño sobre ese hombre,
tenía un aire tranquilo y a la vez firme, curiosa combinación.
- Supongo que no.
- Muy bien. Caminamos entonces.
- Está bien – Le dije, encogiéndome de hombros, aunque supuse que de cualquier manera no
me habría escuchado de haberle dicho que no. Además, ya estaba obscureciendo, y
no era mala idea cruzar el bosque acompañado.
Durante casi una hora caminamos
en silencio, salvo un par de veces que me miraba unos segundos y soltaba una risa.
Las primeras tres veces hice como
que no me daba cuenta, pero ya a la cuarta le pregunté sin intentar ocultar mi
irritación.
- ¿De qué te ríes?
- De ti – Contestó tranquilo con los ojos fijos en la luna, como
esperando ver algo.
- ¿De mí? – Por alguna razón su respuesta no me hizo enojar- ¿Por qué?
– Agregué intrigado.
- Porque estás muerto. - Dijo mirándome a los ojos.
- ¿Muerto?
- Sí, muerto. – Su mirada había vuelto a perderse en el cielo
nocturno.
Me quedé callado, no supe qué
contestar.
Seguimos caminando en silencio. Después
de otra hora reuní el valor para preguntarle.
- ¿Por qué
muerto?
- Porque no
vives, porque caminas distraído, pensando en lo que harás cuando cruces este
bosque. Porque no has quitado la vista del camino ni un solo segundo. Porque no
te detuviste a mirar a tu alrededor cuando comenzamos a caminar. Porque dejaste
que llegara la noche, y ahora no puedes ver lo que te rodea, ninguna flor o animal, te lo
perdiste. Porque tienes Miedo de mirar al cielo porque podrías chocar contra un
árbol. Estás muerto.
No pude contenerme y comencé a
llorar. No recordaba la última vez que lo había hecho.
- ¿Quién eres? – No se me ocurrió nada más que preguntarle.
- ¿Importa? – Me respondió fría, aunque amablemente.
Sentí un escalofrío. Cada instante
que pasaba con este personaje me hacía admirarlo más.
- Supongo que no…
Llegamos a una bifurcación, mi
destino estaba a la izquierda y él me hizo saber que debía continuar por el
otro camino.
- Adiós. – Le dije – Gracias por todo.
- Para eso están los amigos. – me contestó con una sonrisa.
Sacó un cigarrillo e intentó prenderlo
un par de veces, pero su encendedor no respondía.
- ¿Por casualidad tendrás un encendedor que me puedas regalar? El mío
no funciona y tengo una larga caminata por delante.
- Claro, es lo mínimo que puedo hacer – le dije, alcanzándole rápidamente
el mío.
- Muchísimas gracias, y suerte en tu Vida.
- Gracias.
- Por cierto, mi nombre es
Felipe. – Me dijo distraído.
Estiré la mano para despedirme,
pero él la bajó, me dio un par de palmadas en la espalda y se fue en silencio.
Suspiré y seguí con mi camino. Ese
extraño fue la persona que más admiré en mi vida.
Aquella cueva era la más obscura
de todas. Deslizó el pulgar una vez más por la rueda de su encendedor. Se le había acabado casi todo el gas, pero las
chispas que salían eran suficientes para iluminar el pasillo por unos instantes,
permitiéndole avanzar un par de metros.
Cada túnel era más largo que el anterior.
Cada túnel era más cansador que el anterior.
Cada túnel le gustaba más que el anterior.
Cada túnel era más cansador que el anterior.
Cada túnel le gustaba más que el anterior.
Siguió caminando durante un par
de horas, iluminando el camino cada cierto tiempo para no tropezar. Encendió un
cigarrillo con lo último que le quedaba de gas, y lo vio, había llegado al
final. Al fin sabría lo que había al fondo de ese túnel.
Dio unos pasos al frente y notó
que lo único que había era una pared, el camino terminaba repentinamente, tal
como había comenzado. Felipe, despreocupado, decidió dar media vuelta y
regresar al exterior. – “Quizás el siguiente sea el correcto” – Pensó. Aún le
quedaban muchos caminos por recorrer.
Apagó su cigarrillo y guardó la
colilla en su bolsillo. “Un cigarrillo en mi bolsillo”. Se sonrió, siempre
disfrutaba de las cosas más mínimas, y esa rima sin duda era una de ellas.
Felipe salió del túnel. Se encontraba
nuevamente en el claro rodeado de éstos. Miró a su alrededor, sólo quedaba
uno por recorrer.
Había encontrado ese lugar por
casualidad mientras paseaba por el bosque, y había decidido investigarlos
todos. Se dirigió hacia la entrada del último, pero algo lo hizo detenerse. A lo
lejos vio a un hombre caminando encorvado, con las manos en los bolsillos y la
mirada clavada en el suelo.
Sin pensarlo dos veces, se
dirigió hacia él.
- Buenas tardes – le dijo.
Supo inmediatamente que ese sería
el camino correcto del día.
HT.
Un cuento a mi parecer bastante curioso y surrealista...el personaje de Felipe es como uno de esos sabios distraídos, que te dicen algo que marca para siempre sin ellos saberlo muy bien...el cuento me transporta a ese lugar, y eso es algo muy positivo.
ResponderEliminar¡Saludos!