-Había sido un buen año, ganamos más que nunca. Jaime se compró
un auto, yo cien hectáreas de terreno en el sur. Construí una humilde morada, tenía
todo lo que quería, desde una cava llena de vinos, hasta una gran cineteca.
La vida siguió, el trabajo disminuyó, pero el dinero iba en
aumento, llegó un momento en el que solo trabajaba cuatro horas diarias. Aun
así, la vida no era fácil. Teníamos un imperio. Aún me queda algo de esa
fortuna, si puedo llevar mi pomposo estilo de vida, es por todo lo que gane.
Pasaron diez años, mi amigo se quiso retirar del negocio, vendió
todas sus acciones, yo compre un veinte por ciento, lo cual me dejo como
accionista mayoritario. Al negocio le iba bien, pero ya no era el mismo, ya no
tenía ambiciones: lo tenía todo. Fue ahí cuando la decadencia espiritual se
apodero de mí.
Delegué todo mi trabajo a mi primo Santiago, hizo una buena
gestión, no lo niego. El problema es que quiso impregnarle una mirada social a
mi empresa, creo que le dicen filantropía a esas cosas, el tipo era muy hippie,
quería ayudar a todo el mundo. Admito que fue mi culpa, porque yo le di el
poder. Cuento corto, el tipo regalo unos cuantos millones, nada tan grave.
Volviendo a mi situación, me tomaba media botella de wisky al
día. Al principio no veía las aguas en las que estaba sumergiendo no tenía familia, así que no importaba mucho lo que
fuera de mí. Tenía treinta y cuatro años, pasé tres años de esa forma, hasta
que el vigor volvió a mis ojos, conocí a Helena, y bueno compadre, que te puedo
decir, estoy chocho, tengo cuarenta, estoy feliz, vivo viajando y eso po’ weón.
-Señor, ¿me puede dejar de hablar?, por favor.
Mario, ¡Morí con ese final! Y con el título, ¡Buena jugada!
ResponderEliminarEl personaje se hace súper realista, hasta que llegas a ese final que te hace entender que algo está MAL en este tipo.
Me gusta mucho, porque pese a ese toque loco, sigue manteniendo un cierto nivel de realismo...es como esa gente que le mete conversa a todo el mundo en la micro/metro.