domingo, 17 de abril de 2016

Sólo Uno Más

“Las llamas habían vuelto para reclamar la vida que no se pudieron llevar aquella vez”.

“Lo encontraron al día siguiente con una bala alojada en su cabeza”.

“Esa terrible línea verde en el monitor, y ese pitido que te dice a gritos que todo acabó, que estás solo desde ese momento”.

Cerró su cuaderno. Todavía no lograba entender por qué siempre escribía sobre la muerte. Por qué, cada vez que se sentaba a crear alguna historia, las páginas terminaban empapadas de lágrimas y de sangre. Por qué, pese a todas las veces que lo había intentado, ningún final feliz salía de su lápiz.

Se pregunta si hay algo mal en él. Se pregunta si es normal. Se pregunta si algún día lograría escribir algo esperanzador.

Se pregunta por qué sus personajes no merecen la oportunidad de vivir…Se pregunta si hay alguna manera de socorrerlos.

Vuelve a abrir su cuaderno, le saca la tapa al lápiz con la boca y, sin dejarla en otra parte, se dispone a escribir.

Figura sentado en el suelo, mirando fijamente la hoja en blanco, con el lápiz a apenas un par de milímetros sobre el papel, y así se mantiene, como esperando un golpe de inspiración divina. Nada

Pasan dos o tres horas, y lo único que ha cambiado en la escena es el papelero, antes vacío, y ahora lleno (y rodeado) de hojas arrugadas, cada una con un intento fallido de escribir algo feliz.

Se le ocurre algo, apoya el lápiz en el papel y se percata de que no le queda tinta. No se preocupa especialmente, la idea no era tan buena. Recupera la tapa de entre sus dientes, y deposita ambos en el papelero.

Mira la hora, sacude la cabeza y se pone de pie. Se dirige al baño, se lava la cara. Mira la hora nuevamente. Suena su teléfono, contesta. Sus ojos se iluminan, asiente con la cabeza y sonríe. Le hace saber a la otra persona cuánto la quiere y, acto seguido, cuelga. Se dirige una vez más hacia su pieza, abre el cajón de su velador, saca otro lápiz, lo destapa con los dientes, recoge su cuaderno y lo abre otra vez.

Se pregunta cómo no lo había pensado antes. Se pregunta qué había hecho para merecer esa oportunidad. Y escribe.

Marca un punto final en el papel y termina. Mira la hora y no puede evitar cierta sorpresa al darse cuenta de que llevaba escribiendo una hora y no había arrancado ni una sola hoja.

Escupe la tapa del lápiz, toma su celular y la llama. Le cuenta sobre su triunfo. Le da las gracias por haberse aparecido. Le explica cómo había logrado hacer que su personaje más reciente pudiera vivir. Se despide y corta.

Gracias a este nuevo personaje que había llegado a su vida es que se pudo dar cuenta de que lo único que le hacía falta a los suyos, era otro más que los acompañara.

Un otro que hubiese ayudado al primero a escapar del fuego.

Un otro que convenciera al segundo de soltar la pistola.

Un otro que estuviera ahí para apoyar al tercero en su pérdida.

La soledad lo había acompañado durante tanto tiempo que había olvidado lo importante que era tener a alguien cerca. Pero ella se lo recordó, y salvó a sus personajes.

4 comentarios:

  1. Me gustó la manera en que tratas el tema de la soledad. Además, muchas veces la solución está frente a nuestros ojos, pero por la ceguera del momento, no logramos ver, y necesitamos de alguien externo para quitarnos el velo que nos enceguese.

    ResponderEliminar
  2. Me gusta la historia, aunque el tema del amor salvándonos de la soledad pareciera ser un poco cliché, en tu cuento no me dio esa sensación.
    El personaje del escritor, desesperado y frenético, se siente muy cercano, me agrada, aunque me gustaría saber un poco más de los personajes, siento que pueden tener más desarrollo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Todos esos personajes son sacados de mis cuentos. tallerdementiras2015.blogspot.com

      Eliminar