domingo, 10 de abril de 2016

Casa de Barro

Apenas un niño, tambaleándose. Los pantalones y la polera les quedaban grandes, las mangas le colgaban bien terminadas las puntas de los dedos, por lo que se las tenía que arremangar constantemente. Arremangándose la manga izquierda se pasó a llevar la herida, una de muchas.
El casco que tenía puesto no era para alguien de su tamaño y le tapaba la vista, se lo levantó. Tratando que los zapatos no se le salieran, se arrodilló frente al muro. Su mano se hundió en el barro y el lodo salpicó al pegarlo contra la muralla ya algo construida.
Un muro de barro, para protegerse. Estaba todavía adolorido de lo que los otros le habían hecho, por suerte había logrado escapar a este nuevo lugar. Sabía que había otros, ya había interactuado con un par y parecían amigables, pero no correría el riesgo de equivocarse. No de nuevo. Su muralla estaba tomando forma, una mezcla de barro y sal. Su futura fortaleza.
Pasaron un par de años y la fortaleza estaba lista. Una preciosa casa de barro, por dentro acogedora y agradable, por fuera llena de colores y luces. Alegre y amenazante al mismo tiempo. Ya nada lo podía tocar, estaba a salvo.
Así vivió por muchos años, y con cada invierno el aire de la casa se volvía más pesado. Usaba gran parte de la pintura para retocar el exterior, lo reparaba constantemente, no se podía permitir ni grietas, ni que la casa no se viera majestuosa. Y, a pesar de que cambiaba una que otra cosa por dentro, las murallas interiores comenzaron a agrietarse, la pintura comenzó a oscurecer, y los muebles mostraban desgaste.
De pronto se dio cuenta de que su sillón ya no era tan cómodo como al principio, tantos años atrás. Extrañaba el exterior, dormir bajo las estrellas, sentir el pasto entre sus dedos, el sonido de los pájaros, y el agua fría de las cascadas rompiendo contra su espalda. Estaba a salvo, sí, pero algo faltaba. Era casi como si la seguridad no fuese lo más importante.
Comenzó a suceder que una pareja de pájaros carpinteros anidaron en una de las vigas exteriores. Picoteaban constantemente la muralla, tratando de entrar, y, a pesar de que en el fondo quería dejarlos entrar, los espantaba por miedo a exponerse a los peligros del mundo.
Como sucede a todo el que pasa demasiado tiempo encerrado, con aire estancado, y un ambiente lúgubre, cayó enfermo.
Acostado en su cama escuchaba el pájaro carpintero picotear su muralla. Toc toc toc.
Un día sucedió. El repentino rayo de luz lo cegó por un momento. El pájaro había logrado atravesar, haciendo con un acertado golpe con el pico un pequeño hoyo al lado de la cabecera de la cama en la cual yacía.
Su nariz se abrió al respirar la pequeña brisa de aire fresco. Quería más, necesitaba más. Incorporándose subió al segundo piso y abrió por primera vez la única ventana de toda la casa. El tiempo había corroído las bisagras y solo la pudo abrir suficiente como para gritarle al hombre que caminaba por fuera, estudiando la extraña construcción. Una vez que este accedió a ayudarlo a derrumbar al menos una de las murallas, comenzaron a trabajar, uno por afuera, otro por dentro.
El proceso era lento y las murallas fuertes, sin embargo pronto empezó a notar como su cuerpo sanaba y su mente esclarecía. Cada día se sentía mejor.
Así avanzo este lento proceso hasta que llegó ella. Era un día de lluvia por lo que la demolición solo estaba siendo llevada a cabo desde adentro. El hombre del exterior no había estado desde hace un par de meses.
Luego de una corta conversación por un de los hoyos del muro, la mujer se acercó y coloco suavemente su mano contra el muro. El rugido que siguió de eso casi lo deja sordo, y casi fue aplastado por los escombros que cayeron al derrumbarse un pedazo enorme de la muralla. Estaba anonadado.
Invitó a pasar a tan formidable creatura, y se sentaron en la mesa a tomar té. Toda estructura parecía derretirse y debilitarse al pasar ella cerca. Incluso la mesa parecía más baja de lo que era antes de que ella legara.
Cuando por fin decidió seguir su camino, de la casa no quedaba más que la mitad. Más sorprendente aún, sus ropas ya casi le quedaban bien, sus pantalones no se le caían y sus pies llenaban sus zapatos. Estaba mucho más grande!
Se sentía fortalecido y sano, y a pesar del dolor que sintió cuando ella decidió que no se podía quedar más tiempo en la casa, se sentía feliz. De pronto el exterior no se veía tan amenazador.
Con una mano agarro el gran martillo que antes le llegaba a la cintura y que ahora podía sostener con una mano, se dio media vuelta y, enfrentando el resto de la casa, inhalo otra bocanada de ese delicioso aire que lo fortalecía, y con una sonrisa se puso a trabajar…

6 comentarios:

  1. Konstantin, me gusta como tratas el tema del aislamiento y la soledad...esa casa de barro muy brillante por fuera, pero que por dentro te hace enfermar, me parece una metáfora genial....también me agrada mucho como termina, ese final abierto pero lleno de esperanza le da el broche de oro a la historia

    ResponderEliminar
  2. Buenísimo. Me atrapó desde la primera línea; lograste transmitir como levantamos barreras por miedo a que nos hagan daño con tu metáfora a la perfección.
    Me gustó mucho.

    Fernanda

    ResponderEliminar
  3. Me encantó la metáfora: muestras a la perfección cómo, por miedo a que nos dañen, vamos construyendo muros fríos y aislantes; como el barro.Pero lo bueno es que si le enseñas a nutrirse con agua, lo desarmas y logras darte a conocer al mundo.

    ResponderEliminar
  4. Un par de errores ortográficos, pero excelente historia. Muy buena la analogía de la casa de barro, con la mujer que derribó gran parte de esta, el hombre que ayudó desde afuera, etc. Me gustó mucho, felicitaciones!

    ResponderEliminar
  5. K, me agrada mucho tu manera de formular, a través de la analogía, la fortaleza de falsedad que uno construye en torno suyo para no salir dañado.
    Me recuerda a un cuento que escribí hace uno o dos años, con una analogía parecida y un final completamente diferente.
    Felicitaciones ^-^

    ResponderEliminar
  6. Seco, hace mucho que no leía algo así. Encontré bueníma la imagen de una mujer que derrumba sólo con apoyar la mano, una pared que no había sido vencida con la fuerza bruta.
    De verdad me encantó e incluso me emocionó.

    ResponderEliminar