lunes, 18 de abril de 2016

Plástico



Venía de nuevo, podía sentirlo. ¿Por qué en clases? ¿Por qué no podía esperar un par de horas más? Intentó refrenar las ganas de gritar, de arrancarse el pelo. El monstruo golpeó la jaula que yacía en su estómago, doblando los barrotes, tratando de romper las cadenas. Definitivamente era imposible retrasarle. Quería salir, llenarla, comérsela. Miró el reloj del salón, y notó que faltaba media hora para el siguiente receso. Decidida, se levantó. Sentía cómo las piernas ya empezaban a dormírsele.

Pidió permiso para ir al baño.

Atravesó el pasillo lo más rápidamente que le permitían los calambres, esquivando a la minoría de alumnos que se atrevían a rondar por ahí en horas de clase. Saludó con un asentimiento de cabeza a un amigo de su hermano, y prosiguió su camino. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no caerse a pedazos, manteniendo la máscara de desinterés pegada al rostro.

Cruzó la puerta del embaldosado lugar que, para su suerte, estaba completamente vacío. A continuación, se encerró en un cubículo, bajó la tapa del váter, y se sentó en una suerte de posición fetal. Abrazó sus piernas, apretó la mandíbula, y dejó salir a la bestia.


“Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.”

Era como si algo le explotase en el pecho, rabioso. Sentía cómo la mano del monstruo le agarraba el corazón, apretujándolo. Los pulmones se inflaban y desinflaban a un ritmo frenético. El terror la invadió feroz, se le desbordó por los ojos, por la nariz. Temblaba, le castañeaban los dientes. No quería morir, estaba asustada. ¿Dónde estaba su mamá? No quiero morir, tengo miedo, mamá. No quiero. Haz que pare, por favor, Dios o quién seas, ¡Haz que pare!. Pero no se detenía.

“Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.”

La consumía como un torbellino, revolviéndole el pensamiento, robándole el aire, haciendo que deseara gritar. Apenas lograba contener el chillido que pugnaba por salir de su garganta. No puedo más. Y no paraba. Sus brazos no le respondían, los dedos de los pies no hacían caso a su cerebro. ¿Me voy a morir? Sabía que no, que era estúpido. Sin embargo, el monstruo dentro le insultaba, la llevaba al borde de la muerte, y la traía de vuelta. Por favor, que nadie se dé cuenta. Pensaba, en el cubículo del baño, desesperada.

“Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.”

El tiempo se transformó en algo irrelevante. Escuchó el timbre sonar, niñas entrar al baño, niñas preguntándose quién estaba ahí haciendo ruidos raros, que si alguien se masturbaba, el timbre sonar, niñas salir, silencio.

“Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.”

Y, al fin, quietud.

“Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,”

Sus extremidades despertaron, la niebla se disipó, se detuvieron las lágrimas. Había durado más de lo común. Su rostro estaba hinchado, y sus brazos rasguñados. No se había dado cuenta de que se había herido, demasiado ida. Absorta en su propio infierno.

Bajó las piernas del váter, esperando a que se le regularizara la respiración.

Pasados varios minutos, y cerciorándose que el baño estaba vacío a través del oído, quitó el pestillo, se acercó al espejo, se lavó la cara, retocó su maquillaje, se peinó, y salió al pasillo.

“como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.”

Entró al aula, sonriendo. El profesor le dedicó una mirada de desaprobación. Siempre lo mismo, pedía ir al baño, y volvía cuando quedaba poco menos de media hora para que finalizase la jornada de clases. Varias veces habían llamado a sus apoderados, y estos poca atención prestaban. ¿Que no les importaba el comportamiento de su hija? No sería extraño que pronto la expulsaran del colegio. A esa niña rubia, escandalosa, que se reía por absolutamente todo. Esbelta, desafiante. La que, cruelmente, se burlaba de sus compañeros más tímidos. La típica “chica popular”, de vida perfecta.

“Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.”

Ella se sentó en su pupitre, junto a su mejor amiga. María le dedicó una amplia sonrisa.

—¿De nuevo te escapaste de clases? ¿Por qué no invitas?
—Sí, es que odio a estos profesores de mierda. Ah, ¿recuerdas al tío de la fiesta del viernes? Pues bueno, que me escapé con él…
—¡Ay! ¡Dame todos los detalles!
—Después de clase, tía… Vas a flipar en colores, lo prometo.

Ambas rieron estrepitosamente.

Mientras las carcajadas salían atropelladamente por su boca, ella pensaba: “Ojalá que papá no me toque esta noche”. Cuando el docente la hizo callar, regañándola, y ella ponía una expresión de hastiosa superioridad, rogaba: “Espero que mamá no llegue borracha, que no se trague mil pastillas como la semana pasada”. Y, justo antes de que sonara la campana, en el momento en que inclinaba su cabeza hacia el lado, dejando que le colgara el liso cabello y sonriendo para una selfie, se preguntaba: “¿Cuándo me voy a morir?”.

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✿Yukino
Poema: Acabar con todo, por Octavio Paz.
Imagen propia.



2 comentarios:

  1. Tratas sumamente bien el tema de los abusos, logré empatizar con el personaje;tiene imágenes muy fuertes.¡me encantó!

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  2. Yuki, el cuento me deja con la boca abierta.
    El recurso del poema con la historia se complementa muy bien, esa crisis que, como lectores, no sabemos por qué ocurre, pero que nos envuelve tal como a la protagonista, me impresiona.
    Cuando te enteras de su problema, simplemente te quedas helado, al menos yo, no podía evitar pensar en cuanta gente "plástica" he conocido en mi vida, y que temas tendrán detrás.
    Reitero, me gusta mucho...tocas un tema fuerte, de una forma que te envuelve, algo difícil de hacer....muy bien hecho.

    P.S : La imagen está genial, me encanta como queda con la historia.

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