Por Consuelo Mondaca
Luisa suspiró profundamente mientras cerraba la maleta, le había llevado tiempo pero finalmente había logrado guardar todo lo necesario para emprender este nuevo viaje.
Luisa suspiró profundamente mientras cerraba la maleta, le había llevado tiempo pero finalmente había logrado guardar todo lo necesario para emprender este nuevo viaje.
Llevaba mucho tiempo mirándose en
el espejo, sin reconocer a quien veía. Su cara era la misma sin serlo a la vez,
su sonrisa era automática, y la falsa alegría que esta emanaba no lograba
llegar a sus ojos que no reflejaban más que un triste vacío. Se preguntaba una
y otra vez quien era y en qué momento se había perdido tanto a sí misma, en que
minuto había renunciado a todos esos sueños, cuando era que el miedo le había
ganado y la había convertido en una completa extraña.
Pero finalmente había llegado el
día en el que había decidido vencer el miedo y llena de convicción decidió
empacar.
Lo primero que empacó fue aquel libro compuesto por tres años de
páginas, que comenzaban con el apogeo del primer amor, hasta las últimas que que estaban casi vacías, carentes de palabras
y de cariño. Entre medio muchas de las páginas estaban borrosas por las muchas
lágrimas y peleas innecesarias, mientras que otras brillaban y guardaban
algunos de los momentos más felices. Por un momento dudó si arrancar algunas de
sus páginas favoritas y atesorarlas para ella, pero sabía que para curar debía
desprenderse, y ya se encontraba lista
para decir adiós así que no cedió ante la tentación y lo guardó en la maleta.
Luego vino el turno de aquellos
pantalones que jamás había usado en su vida, pero que muchos otros si habían llevado,
permitiendo siempre que otros decidieran por ella, llevándola por un camino que
no le correspondía y así estudiando una carrera la cual no era su vocación.
Aquellos pantalones ya no le servían, y necesitaba unos nuevos, unos que
realmente usaría para ser ella la dueña de su vida, así que se deshizo de ellos
sin pensarlo dos veces.
Por último tomó el chaleco, aquel
que le había costado tanto desprenderse, el chaleco de la inseguridad. Lo había
llevado durante años, al punto que se había convertido en su prenda favorita,
viviendo reprimida bajo el y alejándose así de todas las cosas que alguna vez
la apasionaron. Lo guardó esperando no volver a usarlo nunca más, ya que no
necesitaba esconderse más.
Luisa sonrió mientras dejaba la
maleta cerrada en un rincón esperando que esta se quedara así para siempre,
mientras ella comenzaba el viaje iba en busca de sí misma.
Encontré súper buena la analogía con la ropa. Al igual que no queremos desprendernos de nuestro accesorio favorito, tenemos experiencias, recuerdos, sentimientos que nos impedirnos desatar por miedo a lo que vendrá después, o simple comodidad.¡te felicito!
ResponderEliminarMe gusta el tema de la despersonalización de Luisa al mirarse el espejo. El haberse perdido, y después el valor de tratar de encontrarse.
ResponderEliminarMe agrada.
Eso sí, una observación: ¡ojo con la repetición de palabras!
Me gusta mucho, ciertamente, la ropa marca de alguna forma nuestra escencia, es una representación clara de lo que queremos que otros vean...la analogía que haces del cambio de vida con el cambio de ropa es muy acertada, buena metáfora. ¡Sigue así!
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