Salió del gimnasio. El único alivio en una vida tan estresante
que le había costado ya dos matrimonios. Se alisó, apresuradamente, las arrugas
del saco y buscó las llaves del auto.
Rodilla levantada, cartera apoyada. Con el rabillo del ojo
notó la disparidad de dos calcetines distintos. No otra vez pensó. Odiaba cuando algo no salía como se suponía. Sin
embargo, no había tiempo de arreglar el error, subió a su auto y lo arrancó. Casi
atropella al estacionador, por lo que se ganó una ensalada de garabatos y
gestos obscenos. Irrelevante. Los despidos de la semana pasada la había dejada
curada de los nervios, con temple de acero. Había que hacerlo, el presupuesto
se estaba saliendo de control, y ya había muchos empleados hablando sobre una
huelga. Casi fuera de control, imperdonable.
Estaba entrando a la carretera cuando se sorprendió a si
misma pensando en su hijo, viajando por Perú con esa excusa de mujer que tenía
por novia. Había que hacer algo al respecto. Una mujer demasiado libre,
demasiado alegre, demasiado espontanea. Gente así no era de fiar. Se lo habían
inculcado desde pequeña “no se pueden controlar” le decía su padre cuando lo
iba a visitar a la fábrica.
El sol le brillaba en los ojos, y con la ventana abajo
escuchaba el mar. Esa incesante e insoportable secuencia de ruido desordenado.
Apenas vio el conejo que se le cruzo por el camino, la sorpresa, el sol en la
cara, y el hoyo en el camino hicieron que perdiera el control del auto. Las
ruedas chillaban mientras el auto se salía del camino, dejándola en el mirador
“las gaviotas”, uno de muchos en la costanera. Recuperándose levantó la mirada
para ver la más sublime vista con la que se había encontrado en la vida.
Sin apreciar la gran lección de vida que se le
había presentado, se incorporó, apoyo las manos en el volante, y partió
apresurada a su reunión. Llegar tarde siempre significa que la reunión no se
desarrollaba como debería. La gente se
aburre, empieza a hablar, desorden, descontrol.
Konstantin Hanke
Konstantin Hanke
Me gustó mucho el trasfondo de la historia. La vida nos da enseñanzas puestas en nuestras narices,pero que con el ritmo de vida actual, pasan desapercibidas.¡muy bueno!
ResponderEliminarWow.... como se pierde esa vista hermosa, esa lección, por seguir una vida ajetrada, la vida que muchos de nosotros llevamos sin darnos cuenta...me agrada mucho, te incita a reflexionar este cuento.
ResponderEliminarWow, muy interesante tu visión de la mujer. Maniática, obsesiva por el control. Me gusta mucho cómo nunca la describes, sino que sus pensamientos o el insight que hace el narrador nos permite irla conociendo, genial.
ResponderEliminarMe pasa que siento que aunque la historia es de ella, me siento identificada, todos de pronto vamos juzgando y controlando por la vida. Muy interesante.
También disfruté que casi todo se desarrolla en un lugar físico (ella manejando), pero de alguna manera nos fuimos a la oficina, a su hijo, sus matrimonios rotos.
Felicidades!
Genial esta mujer a la que no le importa nada, muy bueno el detalle del principio, esa palabra "Irrelevante" al casi atropellar a una persona.
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