viernes, 1 de abril de 2016

Reclusión

7 AM. suena el despertador. Una mano lo golpea torpemente y vuelve a su cueva para seguir descansando. 7:10, 7:20, 7:25 y 7:30, la escena se repite, partía otro día, igual a todos los demás.
Ángeles se sentó en su cama, dos, cuatro, siete minutos. Miró la hora, 7:40.

Se obligó a levantarse, como siempre, se duchó, se vistió, tomó desayuno, se lavó los dientes y se puso su Poncho…su Poncho, la razón por la que le gustaba tanto era simple, era equivalente a una cama portátil, algo que la cobijaba y hacía sentir segura durante el día.

Su Poncho.

A veces, cuando estaba triste, le gustaba hacerse bolita y dejar sólo la cabeza fuera de él. Comía, cantaba, corría y bailaba en él, y en la noche, se lo quitaba y lo ponía cuidadosamente sobre su cama.
Ángeles vivía sola, no tenía amigos ni recordaba haber tenido familia alguna vez. Pero su querido Poncho la había acompañado desde que tenía memoria.

Más de alguna vez había intentado hacer amigos, pero eso ya estaba en el olvido, la sola idea de salir de esa manta mágica era una tortura colosal. Así que, de a poco, la gente que la rodeaba fue perdiendo interés en conocer a esa persona que se refugiaba ahí debajo. Pero ya no le importaba.

Ese día, sin embargo, había algo distinto, algo que, de haberlo sabido ella, le habría salvado la vida. Su tan preciada posesión era ahora un centímetro más larga. Era el inicio de algo terrible, que la llevaría a su fin.

Fue sucediendo gradualmente, uno, dos, dos y medio y tres centímetros, la pobre no se daba cuenta. ¿Cómo se iba a imaginar que su querido Poncho la llevaría a su perdición?

Después de un par de semanas comenzó a notar que apenas tenía fuerzas para moverse, estaba pálida, con aspecto demacrado, y en las noches ni siquiera se animaba a sacárselo, y a veces cuando despertaba se daba cuenta de que se había quedado dormida sentada en su sillón, el suelo de su pieza e incluso en la cocina. Le pesaba, le hacía difícil ponerse de pie, su espalda le dolía cada día más.
Durante sus últimos días, Ángeles había entendido que debía deshacerse de él. Intentó cortarlo, romperlo y quemarlo. Si sólo hubiese tenido a quién llamar.

La encontraron en su departamento un mes después, cuando los vecinos comenzaron a quejarse del mal olor.

Su cuerpo nunca fue identificado, pues nadie la había visto antes. Había sido consumida por la soledad.


HT.

2 comentarios:

  1. Me gusta! Me recordó un poco al cuento "El Almohadón de Plumas" de Quiroga... me intriga mucho saber que había en ese poncho, muy misterioso!

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  2. Me encantó cómo trataste un tema cada vez más recurrente en la sociedad actual: la soledad. Reflejas exactamente lo que le sucede a las demás personas al ver a alguien tan metido en sí mismo: provoca rechazo a simple vista porque no es grato entablar diálogo con dichas personas.
    ¡de verdad lo amé!

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